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Oscar Wilde

Joseph Pearce, cuenta:

Oscar Wilde: Falleció en 1900 a causa de la sífilis. Contra todo pronóstico, en su lecho de muerte, fue recibido en la Iglesia católica. Es difícil imaginar un converso menos “previsible” que él.

Wilde sentía una inclinación hacia el catolicismo que se remontaba a su infancia. Tres semanas antes de su muerte manifestaba a un periodista del Daily Chronicle, que “mi falta de rectitud moral se debe en gran medida al hecho de que mi padre no me permitiera convertirme al catolicismo. La faceta artística de la Iglesia y la fragancia de su magisterio quizá hubieran podido curar mis vicios. Hace mucho tiempo que deseo ser recibido en ella” (Richard Ellmann, Oscar Wilde, Londres 1987, p. 548).

Ya en su juventud, en abril de 1878, Wilde estuvo a punto de convertirse tras conocer al Padre Sebastian Bowden; éste le dijo: “Como católico se descubrirá usted un hombre nuevo tanto en el orden natural como en el de la gracia… No le animaré a hacer nada que no le dicte su propia conciencia. Enteranto, procure rezar mucho y hablar poco”, pero el consejo cayó en saco roto y Wilde hizo lo contrario de lo que este sacerdote le aconsejó.

En otra ocasión dijo que “la Iglesia católica es solo para santos y pecadores y la Iglesia anglicana, para gente respetable”.

Una de las principales influencias que condujeron a Wilde a la decadencia fue la del novelista francés Joris-Karl Husymans, cuya obra, A contrapelo, se tomaba por guía para llevar una vida libertina. El protagonista era un dandi intelectual dedicado a la búsqueda del placer. Muchos lo felicitaron pero no hubo admirador más ferviente del libro que Wilde. Ahora las virtudes eran sinónimo de afectación y el pecado, una rebelión natural. Lo malo era bueno y lo bueno, malo. El autor del libro pasó los años siguientes coqueteando con el satanismo y aquella tendencia culminó con su novela Allá lejos. Al año siguiente de la publicación de Allá lejos (1891), Huysmans hace pública profesión de su reconciliación con la Iglesia católica en su autobiografía titulada En ruta. Al parecer, tal, tan dramática vuelta al cristianismo también afectó a Wilde. Cuando en 1898, Maurice Maeterlinck le contó que Huysmans había ingresado en un monasterio, Wilde dijo: “Debe ser maravilloso ver a Dios a través de una vidriera. A lo mejor también yo debería irme a un monasterio”. No obstante, hasta sus últimos meses de vida, Wilde no demostró ninguna intención seria de unirse a la Iglesia.

Su amigo Robert Ross tomó la decisión de llamar a un sacerdote junto al lecho de Wilde cuando éste agonizaba. Lo hizo porque le había oído decir que “el catolicismo es la única religión en la que morir”. Tras administrarle el bautismo condicional, el padre le dio la absolución y lo ungió con los santos óleos. Wilde falleció la tarde siguiente. Hizo realidad las palabras de su poema “Rome Unvisited”:

 

Allí volví la mirada hacia mi hogar,/ pues creí haber llegado al término/ de mi peregrinación, mas el sangrante sol/ el camino de la Sacra Roma señalaba (“Roma presentida”).

Resumen hecho por Rebeca Reynaud a partir de lo que dice Joseph Pearce, en su libro Escritores conversos. Palabra, Madrid 1999.