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No, no Newman el actor

La noticia de la luz verde del Papa Benedicto XVI a la beatificación del cardenal Newman, hace unas semanas, llega en un momento en que el interés por la obra y el pensamiento del famoso converso sigue aumentando, también en España

Retrato del cardenal Newman Hubo un tiempo, aún cercano, en que «aquí, en España, uno decía Newman y la gente contestaba: ¡Ah, sí, muy buen actor!» Así recuerda don Víctor García Ruiz, profesor de Literatura española en la Universidad de Navarra, la época en que decidió traducir, para entretenerse, Perder y ganar, del cardenal John Henry Newman. Una novela, como la posterior Calixta, que gira en torno a lo que ha hecho más famoso al cardenal Newman: su conversión al catolicismo, de la que también dio cuenta en su autobiografía Apologia pro vita sua. 

En 1845 -explica García Ruiz-, que «una especie de príncipe de la Iglesia, un caballero victoriano, un miembro arquetípico del Establishment, un intelectual prestigioso y escuchado» se convirtiera al catolicismo -religión de los menospreciados irlandeses-, supuso «un escándalo social y religioso; un acto de demencia, un desafío y una deshonra, por mucho que intentara dar el paso con discreción». El escándalo se convirtió, con el tiempo, en el inicio de una pequeña revolución en el Reino Unido, con un gran número de conversiones. Por ello, en muchas ocasiones se le ha considerado, sobre todo, como un gran apologeta. 

Sin embargo, antes de su conversión ya era un reconocido intelectual dentro del anglicanismo. Fue el principal promotor del Movimiento de Oxford, una reacción a la secularización de la Iglesia anglicana que pretendía -dentro de una corriente cultural más amplia de neomedievalismo- una vuelta a los orígenes y a buscar el vínculo con la Iglesia primitiva. Newman vivió esta búsqueda, por ejemplo, mediante la práctica de la penitencia física y el celibato -casi inexistentes entre los anglicanos-, y la reflejó en numerosos escritos, como los cinco volúmenes de los Ensayos críticos e históricos y los Sermones parroquiales, que Ediciones Encuentro ha publicado en España. Don Víctor García Ruiz ha traducido parte de ellos, y explica que estas obras muestran «por dónde discurrió su camino hacia la plenitud de la fe»: descubrió «que no había que reconstruir o recuperar la verdadera Iglesia de los apóstoles. Siempre había estado ahí y -¡oh, Dios mío!- era la aborrecida Iglesia de Roma», en la que fue recibido «después de años de estudio, reflexión agónica, mucha oración y penitencia».

A lo largo de su vida, las líneas principales de su obra -las que le habían preocupado siempre y lo condujeron a Roma- se mantuvieron bastante estables: entre ellas, la relación entre la autoridad de la Iglesia y la conciencia personal; o el desarrollo de la doctrina, que explica la Tradición, aspecto muy conflictivo de la relación con los protestantes. En estos dos aspectos cruciales, resulta curioso que fuera un anglicano converso el que ayudara a la Iglesia a comprenderse mejor a sí misma, hasta el punto de que algunos lo hayan considerado un predecesor del Concilio Vaticano II. En 1990, Joseph Ratzinger, hoy Benedicto XVI, escribió, sobre sus años en el seminario: «La enseñanza de Newman sobre la conciencia llegó a ser una base importante del personalismo teológico. Nuestra imagen del ser humano, al igual que nuestra imagen de la Iglesia, quedaba penetrada por este punto de partida. De Newman aprendimos a comprender el primado del Papa».