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María, modelo de mujer y don para la humanidad

Comunicación al Congreso María, la mujer en el plan salvífico divino. Balmesiana, Barcelona 2-3.XI.2007: “María, modelo de mujer y don para la humanidad”

La agresividad que hoy vemos generalizada tiene como raíz de falta de paz de muchos corazones y consiguientemente en la sociedad. El alejamiento y el abandono de Dios aparecen como causa principal de este descontento, de esas sombras que ennegrecen el panorama de nuestro mundo. Todo ello nos hace volver la mirada a la imagen y la semejanza de Dios en el hombre (cf. Gn 1, 27), para salvar al hombre del hombre. Nos hace entrar a fondo en el misterio del hombre, y descubrir que si algo necesita de verdad el hombre de hoy es sentirse amado: sentir el amor lleno de misericordia y de esperanza, en definitiva el amor maternal. Por eso, para ir a un Dios real, providente y Padre paciente y compasivo, conviene acudir con confianza a la maternal protección de la Virgen María. Dicen que el hombre hacía las leyes, la mujer las costumbres, la vida. Esta humanidad que pierde el sentido de su identidad (sentirse amada por Dios), ¿no estará así en gran parte porque la mujer también está sufriendo una crisis, y ella viene a ser como el fundamento de la sociedad, que ahora se está resquebrajando? ¿Es la mujer el puntal de toda la sociedad, y la crisis actual es debido a que no saber cumplir su misión? Para ello hay que preguntarse ―¿qué es la mujer?‖ En este congreso se quiere responder a esta pregunta, desde la mirada de la Virgen. Efectivamente, María Santísima ilumina el misterio de la mujer (y también del hombre) en lo más genuino, lo más íntimo de la persona y el motivo principal de su vida: el amor. Juan Pablo II nos ha dejado un legado de referencia para contemplar a María como modelo de mujer, y de la humanidad (su carta apostólica sobre ―la dignidad de la mujer‖ y su encíclica sobre ―la Madre del redemptor‖ serían como un resumen de su magisterio en este punto).

El sentido mariano impregna toda la fe cristiana, y quería hacer un pequeño recorrido por los algunos puntos, que me parecen centrales en esa dinámica antropológica y soteriológica: 1) ver cómo la devoción a María (que está implícita en la Escritura), se va desarrollando en la Liturgia y en los Padres de la Iglesia, santos y Magisterio, con los diversos títulos, desde ―Theotókos‖ (Madre) hasta la Inmaculada Concepción y la Ascensión ; 2) participación de María en la misión de Cristo, en su gracia Capital, según santo Tomás de Aquino (a quien precisamente se le prejuzga como poco dado a elogiar las prerogativas de María y especialmente su Inmaculada Concepción); 3) María, modelo de la mujer, la que se da, la que dice ―sí‖; mujer genuina; 4) Como conclusión: la Virgen, nuestra esperanza, estrella del tercer milenio; el secreto de Fátima y la paz del mundo. Así vemos cómo hemos descubierto en la Iglesia esta ―arma poderosa‖ para vivir nuestra humanidad, y algunos aspectos en el modo de vivir plenamente, es decir a imagen de María.

1. Devoción a María

María es venerada desde el principio, como ella anunció en su humidad: ―Desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada‖ (Lc 1, 48): hablan de ello sus pinturas en las catacumbas romanas, desde finales del siglo II, especialmente como mujer orante; como también la oración ―Sub tuum praesidium‖ (Bajo tu amparo nos acogemos) que encontramos escrita ya en los siglos III-IV, y luego se ha desarrollado en la composición de la Salve Regina, del Acordaos, etc. San Silvestre le dedicó una iglesia sobre el antiguo templo de Vesta de los Foros romanos; aunque es más impresionante la basílica de la Natividad en Palestina en la época de Constantino, y desde entonces, se le dedican un sinfín de iglesias. Leo en un escrito como en la liturgia eucarística –la ley de la fe- se la venera ya en el año 225, de modo habitual, además de hacerlo en las fiestas del Señor (Encarnación, Natividad, Epifanía, etc.). En el 380 se instituyó la «Memoria de la Madre de Dios».2 El testimonio de los padres de la Iglesia va profundizando en la mariología.3 Y así van elaborándose las explicaciones de sus prerrogativas: sobre la virginidad, en el siglo IV, se acuña el término ―aeiparthenos‖ —siempre virgen—, que S. Epifanio lo introduce en su símbolo de fe y posteriormente el II Concilio Ecuménico de Constantinopla lo recogió en su declaración dogmática. También se generaliza el título de "toda santa" –―panaguía‖-. Se la canta glorificada (en forma de Dormición y Asunción al cielo, Inmaculada concepción), Mediadora de todas las gracias, Reina de todo lo creado...

―¿Quién es esta, que se levanta como la aurora, que es hermosa como la luna, y resplandece como el sol?‖, proclama la Iglesia. La tierra y el cielo, la Iglesia entera, celebra gran fiesta, y nosotros también. La fiesta de la Inmaculada se extendió desde Oriente donde comenzó, por muchos sitios desde el siglo VII, y desde el siglo XIII ya se vivió como fiesta por todo el pueblo cristiano. La Virgen no padeció mancha de pecado alguno, ni el original que nos legaron Adán y Eva, ni otro alguno. En este misterio celebramos que quedó constituida libre del pecado original desde el primer instante de su vida. Ella es la "plena de gracia", en virtud de un singular privilegio de Dios y en consideración de los méritos de Cristo. Fue constituida libre de cualquier egoísmo y atadura al mal. Convenía que la que tenía que ser Madre de Dios fuera la maravilla de la creación, la obra maestra.4 El corazón del pueblo cristiano -guiado por el espíritu Santo- tiene razones profundas, es el ―sensus fidei‖, el sentido de la fe. No serán razones muy razonadas, sino la expresión sencilla de la verdad, del corazón, el buen hijo que demuestra el amor a su madre. Y así, la devoción a la Inmaculada nos humaniza, nos hace más delicados en el amor.

A esta advocación va ligada otra, la Asunción a los Cielos: Ella ―‗ha sido llevada por Dios, en cuerpo y alma, a los cielos: ¡y los Angeles se alegran!‘ Así canta la Iglesia (…) Se ha dormido la Madre de Dios (...) Jesús quiere tener a su Madre, en cuerpo y alma, en la Gloria. -Y la Corte celestial despliega todo su aparato, para agasajar a la Señora. -Tú y yo -niños, al fin- tomamos la cola del espléndido manto azul de la Virgen, y así podemos contemplar aquella maravilla. La Trinidad beatísima recibe y colma de honores a la Hija, Madre y Esposa de Dios... -Y es tanta la majestad de la Señora, que hace preguntar a los Angeles: ¿Quién es ésta?‖5

María Inmaculada es la obra maestra de Dios; se ha hecho ver en estos últimos 150 años, más necesitados de su protección, a través de sucesivas apariciones: ―Yo soy la Inmaculada concepción‖, fueron las palabras que la Virgen dijo en Lourdes, a la pequeña Bernadette cuatro años después de la proclamación del dogma. 6Después del primer pecado, fue anunciada su venida: "pondré enemistad entre tú y la mujer - dijo Dios a la serpiente-, entre tu linaje y el suyo…, él te aplastará la cabeza‖... es la nueva Eva, nuestra Madre7. Mirarla es meterse un poco más en aquel paraíso perdido que añoramos y que en ella vemos hecho vida.8 El texto bíblico nos habla de ―sus delicias…‖ es bonito ver cómo Dios se complace jugando con nosotros, sus hijos amados. ―Jugar‖…, ella nos enseña a ―aprender a jugar‖ a este juego divino: a conocer esta entrega y abandono, esta alegría que es cantar la canción de amor que Ella canta, que proclama las maravillas de Dios.

A las madres les gusta que sus hijos les recuerden que la quieren, que la vayan a ver, que le digan cosas bonitas, palabras de amor… como hace, por ejemplo, el Cantar de los Cantares (4, 1-12): "toda tú eres bella, amiga mía, no tienes defecto alguno... me has robado el corazón... con una sola mirada tuya... eres un jardín precioso –huerto cerrado-, fuente sellada...‖ palabras que inspiran tantas emociones, sentimientos, un amor más encendido a la que es obra maestra de Dios, y nuestra Madre, y a quien le pedimos ―que se desparrame su perfume!". Ella, fuente de la sabiduría, perfección del amor, mujer prudente, obra maestra de Dios, no nos ha dejado muchas palabras suyas, pero todo el evangelio rezuma espíritu delicadamente mariano, y queremos aprender a meternos un poco más en su vida, como buenos hijos, como lo han hecho tantos santos (aparte de los ya citados, Teresa de Jesús, Alfonso María de Ligorio, Francisco de Sales, Teresita...) y descubrir un poco más de tantas riquezas, para aplicarlas a nuestras vidas.9

Para todas las peleas de nuestra vida interior y las del mundo, nuestra arma más importante es la oración, rezar. Y mientras le pedimos cosas a la Virgen, le pedimos perdón porque no hemos hecho todo lo que debíamos, y nos sentimos pequeños en su regazo; ahí sabemos que nos quiere siempre, hagamos lo que hagamos, que su amor no depende de nuestros méritos, persuadidos de que allí tenemos un lugar seguro y que ella nos protege. Esta es la seguridad de que le podemos exponer con sencillez todas las cosas que llevamos en el corazón, vaciar nuestras penas y alegrías, lo que llevamos, porque ella se deja ganar con una mirada de amor. Y ella nos dará lo mejor, lo que necesitamos, lo que nos conviene.10

Ella toca nuestro corazón y el de las personas que llevamos a verla, pues el apostolado mariano es señal de predestinación (recordemos cuanto dice Juan Pablo II en la carta sobre el Rosario, con motivo del beato Bartomomé Longo), nos aseguramos la salvación cuando propagamos la devoción a la Virgen María.

2. Participación de la Virgen María en la capitalidad de la gracia de Cristo (en Santo Tomás de Aquino) Según el Doctor Angélico, las creaturas espirituales, elevadas in esse gratiæ, pueden participar en la misión de Cristo, ser principio activo de la efusión de la gracia –derivación predicamental del esse gratiæ Christi-, ―no obviamente según la infinita universalidad en extensión e intensidad y plenitud fundante propia de la humanidad de Cristo sino según una plenitud particular en extensión e intensidad adecuada a la propia medida de participación de la plenitud sin medida del esse gratiæ Christi». Es decir, hay una inter-conexión –en la comunión de los santos- en la que desarrolla una participación o circulación admirable del don de la gracia, in esse gratiæ Christi, es decir en el seno de la Iglesia.

Los Apóstoles reciben de esa plenitud de gracia, según una causalidad de distribución, de la gracia de la Humanidad del Señor, en la que se puede hablar de una plenitud particular (secundum suam conditionem),12 como participación de la plenitud de los santos en la plenitud sin medida de Nuestro Señor con una consiguiente causalidad particular segunda,13 en la derivación predicamental del esse gratiæ por parte de ellos. Y en primer lugar habla el Aquinate de la Virgen María, que recibe quantum B.M.V. potest habere.14 Esta causalidad segunda en el caso de María es particular. Sin que santo Tomás se anticipara a verdades que la Iglesia ha declarado posteriormente, «el Angélico Maestro en el Comentario al Avemaría, una de sus últimas obras y ciertamente la más delicada, introduce el tema del todo original de la gracia quantum ad refusionem con el propósito de indicar la excelencia máxima de la causalidad segunda de María en la derivación predicamental de toda gracia para todos los hombres. Por añadidura Santo Tomás también alude explícitamente a la causalidad segunda particular de todo santo -o sea justo- en la antedicha derivación o difusión predicamental del esse gratiæ: no ciertamente máxima o para todos los hombres de todos los tiempos y de todos los espacios como Cristo y María, sino particular pero válida para la salvación de muchos hombres de muchos tiempos y espacios de acuerdo con la propia y personal e intransferible medida de participación por parte del justo en la filiación del Hijo por esencia».15 La causalidad segunda de los santos con respecto a la derivación predicamental del esse gratiæ queda así expuesta, es grande en cualquier justo (tantum de gratia) y abarca a muchos hombres (sufficit ad salutem multorum) pero en el caso del Señor y de la Virgen abarca el máximo de gracia (maximum) y a todos los hombres (sufficit ad salutem omnium hominum de mundo).16 Después de aplicar a la Virgen la alabanza: hermosa por completo eres, amada mía, y en ti no hay mancha (Cant 4, 7), añade que el alma de la Virgen estuvo llena de gracia, y entre otros sentidos da este (lo citamos también por la abundante literatura que hay sobre las opiniones de si este santo no tuvo argumentos sobre la plenitud de gracia en María; otra cosa –como se ha dicho-es que llegara a la formulación de lo que más tarde se declaró dogma):

«María fue llena de gracia en cuanto a la dimanación de ésta a todos los hombres. Ya es grande para un santo tener tanta gracia que baste para la salvación de muchos, y lo más grande sería tenerla suficiente para salvar a todos los hombres del mundo; esto último ocurre en Cristo, y en la Santísima Virgen. En todo peligro puedes alcanzar la salvación de esta Virgen gloriosa; por eso se dice: mil escudos -mil remedios contra los peligros- cuelgan de ella (Cant 4, 4). Igualmente, para cualquier obra virtuosa puedes invocarla en tu ayuda; por eso dice Ella misma: en mí está toda esperanza de vida y de virtud (Eccli 24, 25). De tal manera es llena de gracia, y sobrepasa en plenitud a los ángeles. Por ello con razón se la llama María, que quiere decir iluminada: el Señor llenará tu alma de resplandores (Is 58, 11), y significa además iluminadora de otros, por referencia al mundo entero; y se la compara a la luna y al sol».17 Por eso dice que la Madre del Señor, es Señora, por eso «le cae muy bien el nombre de María, que en siríaco quiere decir Señora»,18 y también que «Ella conjuró la maldición, trajo la bendición, y abrió la puerta del paraíso. Por este motivo le va el nombre de María, que significa estrella del mar; como la estrella del mar orienta a puerto a los navegantes, María dirige a los cristianos a la gloria».19

Ella, la nueva Eva vence la malicia del embustero que dijo seréis como dioses (Gen 3, 5): «Eva, por haber comido el fruto, no vino a ser semejante a Dios sino desemejante, con el pecado se apartó de Dios su Salvador, y fue expulsada del paraíso. En cambio, María sí lo halló en el fruto de su vientre, y con ella todos los cristianos, pues por Cristo nos unimos y hacemos semejantes a Dios: cuando se manifieste seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es (1 Io 3, 2)».20 La «Maternidad espiritual» de María con respecto a los cristianos también está presente en Santo Tomás, quien la llama «Madre de todos los creyentes» (Mater omnium credentium) en su oratio ad Beatissimam Virginem Mariam, y después de pedirle la intercesión para todas las necesidades, la llama «Madre única».21 La «Mariología» de S. Tomás está incluída en los tratados de los misterios de la vida del Señor,22 y en los comentarios a los pasajes bíblicos correspondientes. Particularmente importante es el momento en que S. Juan recibe como Madre a María, cuando Cristo pronuncia desde la Cruz: ecce Mater tua (Io 19, 27): «ut scilicet iste tantum serviret ut filius matri, ista illum diligeret ut filium mater».23 Ella es Madre y mediadora de la gracia de Cristo. ¿Qué alcance tiene la maternidad espiritual de María? Aunque no encontramos una respuesta concreta, sí podemos hacer una acomodación de los grados de participación en la capitalidad de Cristo.24 María no es un motivo de devoción solamente, sino que teológicamente participa de la plenitud de gracia de Jesucristo, y con su maternidad nos cuida para ir hacia el camino seguro: participa del influjo divino que nos viene por la gracia de la Humanidad Santísima de Jesús, y nos confiere con su maternal solicitud la gracia de la filiación divina, y con ella la divinización.25 Hay sin duda una analogía preciosa entre María y la Iglesia: Maternidad de la Iglesia muy relacionada con la Maternidad de María que a su vez es Madre de la Iglesia, siendo de ella miembro. Participando de Cristo en la misión de alumbrar nuevos miembros de su cuerpo místico26, la Iglesia se hace similar a María al ser madre que da a luz a los miembros de Cristo, es decir a los fieles27. 3. María, mujer genuina; la mujer del “sí”

María es ―fuente de vida‖ (título de un icono bizantino) para la mujer y la humanidad. "La mujer", en el lenguaje bíblico, indica tanto la acogida (estar abierta) como la que entrega (trasmite): se la denomina "Neguevah", que significa capacidad de apertura, la que da espacio para acoger, y María lo hace en los dos sentidos: está siempre a la escucha de lo que Dios quiere, y también ofrece su ser para acoger la vida, está abierta física y espiritualmente a la palabra, a la vida. Son dos formas de expresión de lo fundamental de la persona: estar a la escucha de la voluntad de Dios en todas las dimensiones de la persona, para ponerla en práctica. (Este ―acoger‖ y ―dar‖ lo trató por extenso Juan Pablo II28 dando además la interpretación de los documentos del Concilio Vaticano II en su visió antropológica. Así, en la revelación del amor del Padre Jesús revela el hombre al propio hombre, y le comunica la grandeza de su vocación: el hombre se realiza con el don de sí).29 Pero además esta palabra tiene una raíz común con el verbo "decir", que expresa estar al servicio de la palabra, del verbo, y es propiamente femenina la comunicación, en los dos sentidos de generar el verbo y ofrecerlo a los demás. Es decir, es la que entrega la palabra, la que habla, la que da a luz.30

También aquí encontramos una maravillosa realización de esta misión en la Virgen María: está unida a la Palabra de Dios, engendra el Verbo en su interior en la Anunciación, y lo ofrece a los demás en el Nacimiento. Son como dos fechas litúrgicas de los los aspectos (la Anunciación, el 25 de marzo; Navidad el 25 de diciembre). Ella da sentido a su vida escuchando la palabra de Dios y realizando con su libertad la obediencia de la fe. No sólo dijo «hágase en mí según tu palabra.» (Lc 1, 38) sino que se entregó como nadie, y por eso Jesús responde al piropo de alabanza a su madre con un motivo más alto: «Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la ponen en práctica» (Lc 11, 27). Ella es pues la «mujer» por excelencia, la obra maestra de Dios, ―ensayada‖ en cada mujer de la historia hasta que llegó a su perfección, en cada noche y en los mil luceros que la llenan, en los ríos y cordilleras y puestas de sol. Ella, la ―vestida de sol‖, la que tiene ―la luna a sus pies‖, fue la que unió la grandeza de su ser a la humildad de su aparecer, la que reina sirviendo, la que descubre que nunca somos tan grandes como cuando nos ponemos totalmente a disposición del Espíritu, de nuestro Padre Dios y de los demás llevando la Palabra de Dios. Ante la deformación que causa el pecado en la historia, que difumina la verdad sobre la mujer, dice Juan Pablo II: ―María es «nuevo principio» de la dignidad y vocación de la mujer, de todas y cada una de las mujeres.‖ Es el modelo de realización personal.

La cultura de la muerte deja muchas víctimas de mujeres que no quieren ser madre, acoger la palabra y el don de Dios, y darlo;31 pero en realidad la mujer sólo es mujer cuando se da, en catalán podríamos decirlo así: ―la dona només és dona quan es dóna‖. La similitud es muy significativa y expresiva: la mujer (―dona‖) es servicio, darse (―dóna‖); cuando en realidad se la esclaviza es cuando con pretexto de que no se dedique a traer hijos al mundo o educar y cuidar de la familia, se la engaña con las nuevas manzanas de que ―era mucho más honorable hacer de secretaria-mecanógrafa o conductora de autobús que criar hombres y educarlos‖.32 Por supuesto que la participación de la mujer en el mundo y en crear una cultura más humana es muy necesaria, pues el pensamiento y el arte tienen más necesidad que nunca de su «genio», decía Juan Pablo II. La solución feminista no será pues masculinizar la mujer, pues se está viendo como la organización de la sociedad está pensada para hombres (por ejemplo, la economía y la organización del trabajo está muy pensada para una competitividad y horarios masculinos), sino que además de aportar la fuerza del trabajo, la mujer podrá participar en lo que podemos llamar ―feminizar el mundo‖: la delicadeza en las relaciones humanas, a veces duras, y no digamos en campos como la educación o la política, tan importantes para la paz social. Como recordaba Juan Pablo II, es urgente que la mujer aporte a la sociedad ―eso que es fundamental... lo que se encuentra en lo más profundo..., el valor más íntimo, el más grande: el amor‖. Con su sensibilidad, ella es capaz de amar de manera especial, tiene más capacidad para el sacrificio. En este mundo de hoy, intoxicado con medias verdades que genera el egoísmo y que los medios de comunicación se encargan de cacarear, la Virgen es el icono de la fuerza moral de la mujer y de la humanidad, la estrella que muestra el camino para una vida auténticamente vivida, para ―encontrarse existiendo‖ (en expresión de Jesús Arellano). Y así como los cristianos fueron contra corriente en la cultura pagana de Grecia o Roma, también hoy: no importa que las leyes estén en contra de la familia o de la libertad de educación, pues se trata de crear espacios donde se pueda respirar, en medio de una sociedad pluralista: esos ambientes serán ―sal de la tierra, luz del mundo‖, con familias que educarán bien a hijos que darán la solución para mañana, volver a dar a conocer a Jesús, a nuestra civilización tan cansada por falta de recursos. Y la Virgen María nos da luz para ese verdadero camino, tan escondido y silencioso como eficaz: muestra la gracia femenina, su belleza más genuina, su fortaleza y responsabilidad ante Dios y el mundo, ante el amor y la vida. Jesús, como todos los hombres, necesita una Madre, que está con él aunque no le acompañe físicamente, desde el nacimiento hasta la muerte, a los pies de la Cruz. (Ya en la Encarnación Jesús desposó la carne –en expresión de S. Agustín- y se nos hizo madre, pero es en la Cruz donde engendra con dolor, donde su maternidad se acrisola con el sacrificio…). Allá María hace también su sacrificio, un acto inmenso de generosidad, y acoge ser madre de esta nueva familia que es la Iglesia, nos acoge a cada uno, y se hace otra vez madre, que nos quiere como a Jesús. Allá asume el compromiso de ayudarnos a que nos identifiquemos con él, que seamos el hijo, la hija de Dios. Allá Jesús acaba su obra y dice a Juan el adolescente: aquí te dejo mi madre, que desde ahora es también tuya, porqué tú has de ser yo, otro Cristo a la tierra. Su muerte nos da vida, su resurrección nos resucita a vivir su vida. Así entendió San Pablo el vivir con Cristo, y para ello necesitamos la Virgen María, como los Apóstoles la necesitaron, pues la Iglesia nació en su regazo. Y lo que el mundo de hoy necesita es esperanzada ternura: se nos ha hablado mucho de que la persona esetá hecha de inteligencia y voluntad, sus potencias espirituales, pero dejamos de lado los sentimientos y el más importante, sentirse querido que es lo que más necesitamos todos: esto se ha realizado en la práctica a través de la figura de ―madre‖, como una debilidad, como introduciendo la ternura por la puerta de atrás, cuando deberíamos hacerla entrar solemnemente en la antropología, incorporarla a la psicología humana con la misericordia y los demás sentimientos, que son tan importantes para ese equilibrio y

armonía entre cabeza y corazón, fundamentales para la felicidad, la vida llena. María nos da luz para conocer estos aspectos: toda persona necesita un hogar, la madre es la que da el regazo para formar el hogar, el puerto donde poder ir siempre a reposar la nave en los viajes de la vida, y sentirse seguro en la vida es saberse en el hogar de Dios, al que nos lleva María. Allá el cristiano es hijo de Dios y también de María. Ella es llamada varias veces ―Mujer‖ en ese diálogo de la Cruz, cuando da inicio a este linaje nuevo, y ahí entiende que no concluye su labor en la tierra como madre de Jesús: la dedicación maternal a Jesús, sus ternuras y delicadezas, ahora las dedicará a Juan y todos los cristianos, que al ser madre hacia ellos lo está siendo con Jesús. Es éste el gran misterio: que ahora es madre de todos los creyentes, de todos los hombres, madre espiritual, para llevarnos a descubrir y seguir nuestro camino, para ir al cielo, a hacer la voluntad de Dios. Jesús dijo que el que hace la voluntad de Dios, ése se salvará. María es modelo de esta fidelidad al cumplimiento de la voluntad de Dios, está contenta de estar donde le toca, sabiendo que allá la ha puesto el Señor, no se inquieta ni desea. Por eso es modelo de humildad para nosotros, de no inquietarnos por buscar el éxito o padecer un fracaso: hemos de aprender de ella a hacer todo con calma, por amor: "hágase en mí según tu palabra" es su perenne respuesta a Dios, en cada momento de la vida, a cumplir lo que el Espíritu Santo le comunica, siempre atenta a sus mociones. En eso está la santidad, dejarse llevar por ese Espíritu presente en nosotros: la Virgen María nos enseña a escucharle, en las incidencias de cada día: sustituir el ―competir‖ por el ―compartir‖, no pensar en nosotros mismos sino en los demás; no inquietarnos con lo que no tenemos sino estar contentos con el que el Señor nos manda o al menos permite. Es modelo de la oración perfecta: ―hágase tu voluntad…‖ ¿Y cómo saber cuál es para nosotros la voluntad de Dios? Es necesario hacer lo que la Virgen: escuchar. Podemos definir la persona como la criatura que está a la escucha: de los demás, de lo alto. Para tener un corazón bien dispuesto es necesario rezar, conocer el Evangelio, dedicar un tiempo a la formación, preguntar también nosotros: "Señor, ¿que quieres que haga?" También el apóstol adolescente es ejemplo de la fortaleza que es fruto de renunciar al egoísmo y darse a los demás.

La historia de María es una vida del ―sí‖ al amor y sacrificio, sin hundirse ante la falta de medios (económicos, tener que ir de un lugar a otro, conocer el frío y las amenazas de muerte desde el nacimiento de Jesús; falta de estabilidad y seguridad…), su existencia tenía más problemas que la nuestra, y a pesar de todo es inmensamente

feliz, sabe que está con Jesús, que es lo importante: es modelo para que sepamos acompañar a Jesús en nuestra vida, estar contentos donde nos toca, sufriendo a veces pero sin desfallecer, sin resentimientos que son ausencia de amor, con mucha confianza en Dios. El trato con María nos dará su compañía y parecernos a ella, para llevar con alegría una situación que se hace dura, una enfermedad, dificultad familiar, una pena de alguien que se ama, y que no tiene una solución fácil: ella nos hace ver ese algo divino y positivo en todo, pues de todo sacará Dios fuerza para el bien. 4. Conclusión: María, nuestra esperanza, estrella del tercer milenio; la Virgen de Fátima y la paz del mundo "Qué cielo mas azul aquella noche! / Parece que se vea el infinito, / el Infinito sin velos, / más allá de la luna y de las estrellas. // La luna y las estrellas brillan tan claro / en el azul infinito de la noche santa, / que el alma se encanta / allá..." (Joan Maragall). En la noche cerrada, amanece la esperanza... Igual como empieza el año con la solemnidad de la Maternidad de la Virgen María, quiso Juan Pablo II anunciar el milenio con María como su estrella naciente. ―Maria‖ significa entre otras acepciones "estrella de la mañana" en lengua hebrea: recuerda la estrella que daba orientación a los navegantes, porque conocieran el camino en la oscuridad de la noche. Así la estrella guía a los Magos, y nosotros queremos seguir nuestra estrella hasta llegar a Jesús… Maria es nuestra esperanza, la que nos guía a Jesús, que nos ha dado en el pesebre. No obliga, nos muestra el camino, respeta nuestra libertad, como hace la estrella, ilumina. Este es el modelo para toda educación, tanto la de los padres con los hijos, la de los miembros de la Iglesia en su apostolado, o como ciudadanos a nivel social y cultural: no se trata sólo de transmitir conocimientos, sino vida, dar luz, ser un referente –estrella- en un mundo de gente que no sabe hacia dónde ir, que necesita maestros. Maria nos trae a Jesús que nos quiere dar luz y calor, nos llena de optimismo y esperanza que va más allá de lo que vemos, que a veces puede parecernos algo negro, que nos proyecta hacia lo que no vemos; nos habla de que si Dios se ha hecho Niño, es posible un mundo mejor, en el que reine la alegría. Que siempre hay un punto en lo más profundo del alma que emana la luz y el calor de Belén, que nos llena y nunca nos deja sentirnos vacíos, que es fuente inagotable de ilusiones y proyectos. Porque Jesús entra dentro de la Historia, es solidario con todo lo nuestro, y nunca nos sentiremos solos: ―Si las estrellas bajan para mirarte, / detrás de cada estrella / camina un ángel‖ (Luis Rosales)

Circulan en nuestros días falsos secretos sobre el fin del mundo, que provocan en muchos crédulos desconcierto y temor, ―anuncios apocalípticos‖ sin sustancia. Hubo

sí un ―secreto‖ de Fátima, pero ya fue publicado y no era apocalíptico, sino profético en cuestiones de fe y de la crisis del mundo y de la Iglesia. Los recientemente declarados mártires de los años 1930 en España son un buen ejemplo de ello. El anuncio de Fátima tuvo dos primeras partes que fueron publicas enseguida, sobre la devoción al Corazón Inmaculado de María, profetizó los acontecimientos futuros como el final de la primera guerra (―si oramos, la guerra desaparecerá"); el comienzo de la segunda guerra mundial y la previsión de los daños ingentes que Rusia, en su defección de la fe cristiana y en la adhesión al totalitarismo comunista, provocaría a la humanidad. Nadie en 1917 podía haber imaginado todo esto: los tres pastorinhos de Fátima ven, escuchan, memorizan, y Lucia pide al Papa la consagración del mundo y Rusia al corazón de María, hasta la que hizo el Papa solemnemente el día de la Anunciación de 1984, que ya sor Lucia dijo que estaba bien (cinco años más tarde, en 1989, cayeron los muros de Berlín; y quedan muchos muros por caer todavía en la solidaridad de los países del norte con los del sur, los de occidente con los de oriente...). El siglo XX, tan lleno de dramáticos y crueles acontecimientos (ha sido uno de los más dramáticos en la historia del hombre, incluido el atentado a Juan Pablo II), es al mismo tiempo un siglo lleno de apariciones y signos sobrenaturales (hay muchas otras ―apariciones‖ de la Virgen, sobre las que la Iglesia no se ha definido, pero que está en la libertad de los fieles acudir a esos lugares), que entran en el vivo de los acontecimientos humanos y acompañan el camino del mundo, sorprendiendo a creyentes y no creyentes. Fátima es sin duda la más profética de las apariciones modernas. La tercera parte del secreto de Fátima no hablaba como se dijo a veces de una crisis de fe en la Iglesia, ni de alarmas apocalípticas, sino de la necesidad de la oración y de la conversión, y de la protección de la Virgen en estas horas inciertas y oscuras de nuestros tiempos llenos de ataques a la dignidad de la persona humana en aras de un progreso: Auschwitz, el aborto, la eutanasia...

La Virgen ha tenido mucho que ver con la evolución de la historia de nuestro mundo: no sólo en la caída del muro de Berlín (curiosamente, Fátima es el nombre de la hija de Mahoma, y los santuarios de la Virgen son muy visitados por musulmanes en los santuarios que hay en diversos países, quizá Fátima indica también que por María vendrá esa paz deseada en el diálogo entre países occidentales e islámicos...), sino que Juan Pablo II ha recordado que la paz en el mundo vendrá por el rezo del Rosario, por la petición de los pequeños –como en Fátima, o Lourdes...- a la Santísima Virgen. Es el ―estilo‖ de María, su amor por lo pequeño, la llamada amorosa al arrepentimiento sincero, medio indispensable para obtener el perdón... apela a la oración y a la

penitencia, y a eso nos lleva la devoción al Corazón Inmaculado de María y el Rosario. Ahora, que estamos en esta fase de la aparición de un nuevo orden internacional, sin esos ―bloques‖ de hace años, ahora que estamos en la era de la globalización, que todo es parte de la aldea global y que hasta el terrorismo se desata globalmente, somos invitados a ir con esperanza a nuestra Madre la Virgen María, a volver al Rosario en familia, que es –como decía san J. Escrivá, ―arma poderosa‖ para ganar tantas ―batallas‖ y nos convierte en sembradores de paz y de alegría en el mundo, en este mundo del que no conocemos –similarmente a la evolución de la macro-economía- más que lo de cada día y su evolución, lo pequeño, la micro-economía, la micro-historia: no sabemos cómo controlar la macro-historia, no sabemos cómo intervendrá la gracia –esas intevenciones extraordinarias, cuando Dios dice ―basta‖ al decenio nazi, o los 70 años comunistas, y todo aquello se desmorona-; pero aunque no sepamos el futuro, con María lo mejor está siempre por llegar, es esperanza cierta, camino seguro.