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Juan Pablo II el Grande

Juan Pablo II consiguió devolver al Cristianismo su fuerza transformadora del mundo, y hacer que los 

Juan Pablo II el Grande

cristianos “dejasen de tener miedo” a serlo, afirmó, el Papa Benedicto XVI durante la homilía de la ceremonia de beatificación de su predecesor. El magno encuentro tuvo lugar en la Plaza de San Pedro el inolvidable domingo 1 de mayo de 2011.

Ante más de un millón de peregrinos llegados de todo el mundo a Roma para la beatificación, el Papa Benedicto XVI afirmó que el nuevo beato dedicó su vida a una “causa”: “¡No temáis! !Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!”.

Ya beatificado, la muchedumbre estalló en un larguísimo aplauso, mientras se levantaba el velo que cubría la imagen de Karol Wojtyla bajo el balcón central de la fachada de la Basílica de San Pedro, afirma desde Roma Chiara Santomiero. Es la imagen inmortal de Juan Pablo II el Grande que tenemos a la vista.

La gran tarea de Juan Pablo II, explicó Benedicto XVI, fue superar la confrontación entre marxismo y cristianismo, devolviendo al Cristianismo su fuerza capaz de transformar la sociedad y realizar las esperanzas de los hombres.  Juan Pablo II “abrió a Cristo la sociedad, la cultura, los sistemas políticos y económicos, invirtiendo con la fuerza de un gigante -fuerza que le venía de Dios-, una tendencia [destructora] que podía parecer irreversible”. 

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“Con su testimonio de fe, de amor y de valor apostólico, acompañado de una gran humanidad, este hijo ejemplar de la Nación polaca ayudó a los cristianos de todo el mundo a no tener miedo de llamarse cristianos, de pertenecer a la Iglesia, de hablar del Evangelio”. Es decir, añadió, “nos devolvió la fuerza de creer en Cristo, porque Cristo es el «Redentor del hombre»: el tema de su primera Encíclica e hilo conductor de todas las demás”. Karol Wojtyla “subió al Solio de Pedro llevando consigo la profunda reflexión sobre la confrontación entre el marxismo y el cristianismo, centrada en el hombre”. 

“Su mensaje fue éste: el hombre es el camino de la Iglesia, y Cristo es el camino del hombre. Con este mensaje, que es la gran herencia del Concilio Vaticano II y de su «timonel», el Papa Pablo VI, Juan Pablo II condujo al Pueblo de Dios a atravesar el umbral del Tercer Milenio, que gracias precisamente a Cristo él pudo llamar «umbral de la esperanza»”. 

El papa polaco “dio al Cristianismo una renovada orientación hacia el futuro, el futuro de Dios, trascendente respecto a la historia, pero que incide también en la historia”. Explicó: “Aquella carga de esperanza que en cierta manera se le dio al marxismo y a la [ya fracasada] ideología del progreso, él la reivindicó legítimamente para el Cristianismo, restituyéndole la fisonomía auténtica de la esperanza, de vivir en la historia con un espíritu de «adviento», con una existencia personal y comunitaria orientada a Cristo, plenitud del hombre y cumplimiento de su anhelo de justicia y de paz”. 

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Benedicto XVI quiso recordar los funerales de Juan Pablo II, hace seis años, en esa misma Plaza de San Pedro: “el dolor por su pérdida era profundo, pero más grande todavía era el sentido de una inmensa gracia que envolvía a Roma y al mundo entero, gracia que era fruto de toda la vida de mi amado Predecesor y, especialmente, de su testimonio en el sufrimiento”.

“Ya en aquel día percibíamos el perfume de su santidad, y el Pueblo de Dios manifestó de muchas maneras su veneración hacia él”. Por eso, explicó, “he querido que, respetando debidamente la normativa de la Iglesia, la causa de su beatificación procediera con razonable rapidez. Y he aquí que el día esperado ha llegado; ha llegado pronto, porque así lo ha querido el Señor: Juan Pablo II es beato”.

"¡Cuánta fuerza ha infundido Juan Pablo II a los enfermos con su ejemplo en el sufrimiento sin rendirse ni esconderlo", afirmó en la Plaza Bruno Rosi, que trabaja aquí como voluntario desde hace diez años.