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Cristo, la Virgen y su código genético

Pregunta: “Acerca del artículo publicado por Zenit de que el genoma de la madre es modificado por el hijo durante el embarazo, ¿podemos deducir que la Virgen se parece genéticamente a Dios? 

Con frecuencia la ciencia nos ofrece investigaciones y descubrimientos que a fuerza de ser constantes y sucederse uno tras otro con tanta rapidez, perdemos la capacidad de asombro y no tenemos el tiempo para profundizar en ellos y en sus implicaciones para la vida diaria. La clonación de animales, la ingeniería genética que está a punto de descifrar el genoma del ser humano entre otros ejemplos, nos hacen posible pensar lo inimaginable, lanzándonos a teorizar, a hacer supuestos y casuística cayendo luego en enredos semejantes a los escritos surrealistas kafkianos o a las pinturas de Dalí. La realidad y la imaginación se entremezclan haciéndonos muchas veces perder el suelo de lo factible y lo ético.

Uno de estos descubrimientos lo es sin duda el de Salvatore Mancuso de la Universidad Católica de Roma. “Tenemos las pruebas –explica el profesor Mancuso- de que, desde la quinta semana de gestación, es decir, cuando la mujer se da cuenta de que está embarazada, pasan del embrión a la madre una infinidad de mensajes, a través de sustancias químicas como hormonas, neurotransmisores, etc. Tales informaciones sirven para adaptar el organismo de la madre al nuevo ser. Además se ha descubierto que el embrión manda también células estaminales que, gracias a la tolerancia inmunitaria de la madre hacia los hijos, colonizan la médula materna, de la que ya no se separan. Es más, de aquí nacen linfocitos para todo el resto de la vida de la mujer.”

Hasta aquí lo dicho por el Prof. Mancuso. Las sustancias químicas que pasan del embrión a la madre ayudan a que el organismo de la mujer sea tolerante con el nuevo ser y no lo rechace como un agente patógeno. Por lo tanto, el genoma de la mujer no se modifica con estas sustancias. Estas sustancias actúan como señales que desactivan la producción de ciertas hormonas en el cuerpo de la mujer para que el embrión no sea expulsado o rechazado. No me voy a detener en este punto de grandes implicaciones para los abortistas que niegan en el embrión la presencia de un nuevo ser, aduciendo que es una “prolongación” del cuerpo de la madre. Simplemente diré que si el embrión fuera una simple prolongación de la madre, ¿por qué su organismo reconoce la presencia de este embrión como un ser extraño a tal punto que inhibe la producción de ciertas sustancias para no expulsarlo? Contra los hechos no sirven los argumentos, como dirían los antiguos romanos. Ahora bien, estas sustancias si bien cambian el metabolismo de la mujer, no transforman su mapa genético. Lo dejan inalterado.

El embrión produce a su vez unas células llamadas estaminales, que se alojarán en la médula de la madre. La colonizan y a partir de esas células estaminales la mujer produce linfocitos. Estas células estaminales son células pluripotenciales que tienen la capacidad de convertirse en distintos tipos de células. Las células estaminales del hijo no modifican el mapa genético de la mujer, tan sólo habitan en su médula espinal y hacen que la madre a partir de esas células produzca linfocitos. Estos linfocitos no modifican tampoco el mapa genético de la madre. Muchas investigaciones médicas se están encauzando para conocer la viabilidad de aplicación de dichas células estaminales para la curación de enfermedades congénitas. Si esas células estaminales son capaces de producir linfocitos, también podrían ser capaces de producir otro tipo de células que bien podrían servir en la curación de enfermedades. Podemos hablar entonces de que el hijo tiene en el cuerpo de la madre “un seguro de vida” a muy largo plazo. La ciencia médica deberá corroborar o negar esta afirmación. Pero lo que sí es cierto, es que esas células estaminales y los linfocitos que se producen no modifican el genoma de la mujer.

Si Cristo, que es verdadero Dios y verdadero Hombre, es semejante al hombre en todo menos en el pecado, podemos deducir que se encarnó en el seno de la Virgen María y que, a semejanza de todos los hombres “comunicó” su presencia a la Virgen mediante la producción de distintas sustancias (hormonas, neurotransmisores). El cuerpo de la Virgen, a su vez, recibió las células estaminales de su hijo y las alojó en su médula espinal y produjo, como cualquier otra mujer, linfocitos a partir de esas células estaminales. Pero su mapa genético, su genoma, no se modificó por la presencia de su hijo en sus entrañas, de la misma manera que una mujer no modifica su mapa genético al quedar embarazada.