Pasar al contenido principal

Benedicto XVI: 60 años de fidelidad

Al P. Emilio en sus 60 años de ordenación sacerdotal
En una triste época en la que se ha generalizado el espectáculo de la infidelidad, y cuando una risa socarrona ridiculiza a las personas capaces de orientar su vida por un ideal, resulta un bálsamo de paz y de esperanza ver como algunas –muchas también, gracias a Dios- han sabido ser fieles a un anhelo, a unos vínculos a lo largo de toda su vida. Mayor mérito tiene lo anterior cuando esos compromisos son arduos, envuelven ampliamente a la persona e incluso son contestados y atacados públicamente con frecuencia: tal es el caso del sacerdocio, y tal es el caso de Benedicto XVI, que el 29 de junio cumple 60 años de haber sido ordenado sacerdote.
Es bueno hacerle publicidad, porque desgraciadamente los medios de comunicación fácilmente se hacen eco de las claudicaciones humanas –comprensibles, disculpables: humanas finalmente-, y poco a las grandezas del hombre. Corren como pólvora los escándalos, quizá para justificar la propia conducta o ser indulgente con las propias flaquezas, especialmente de aquellos que en alguna ocasión han sido propuestos como modelos de conducta recta: los divorcios de famosos como el Jefe Diego, Lucerito y Mijares, Mel Gibson; los tristes escándalos sacerdotales, etc., vienen a “confirmar” por la “vía de los hechos” que es ingenuo tener ideales, y a justificar las incoherencias de la conducta personal “como algo normal”.
Obviamente no se trata de dividir a la humanidad entre buenos y malos, entre fieles e infieles: todos somos pecadores, y no existe nadie tan malo que no haya hecho algo bueno en su vida; además, gracias a Dios no es nuestra misión juzgar, sino la de Él; a nosotros nos queda comprender las flaquezas del prójimo –rezar- que muy bien pueden ser las nuestras. Pero lo cierto es que lo realmente valioso es lo otro: que un matrimonio sea fiel a través de los años, a pesar de las vicisitudes de la vida, y que un sacerdote sea fiel a su vocación. Por ello es imprescindible hacerles eco, servirles de altavoz para que la humanidad redescubra que sí, que el  hombre es capaz de cosas grandes, que no está peleado ser realista con tener ideales, y que tender a ellos colma nuestra vida y hace que demos lo mejor de nosotros mismos.
El hombre contemporáneo casi tiene “terror” a la palabra “compromiso”; sospecha que limita su libertad. Grande error es ese, al contrario, la llena de contenido: ver el ejemplo de alguien fiel hasta el final nos confirma en el convencimiento de que “vale la pena el esfuerzo”. Por el contrario, si prima en el ambiente la convicción de que todo ideal está avocado al fracaso, difícilmente se superarán las pruebas que supone en la medida en que sea consistente y realmente valga la pena. Ingenuidad sería pensar que no habrá dificultades, o que se trata de una ascensión lineal.
Benedicto XVI ha dicho que “el cristianismo no es obra de persuasión, sino de grandeza”. Las palabras se las lleva el viento, pero su vida nos confirma en que la ha dado por un ideal que realmente vale la pena. Un camino en el que siendo plenamente protagonista, no es por decirlo así, el único fautor: Octavio Paz consideraba “alguien me deletrea”, Joseph Ratzinger recordaba en el funeral de Juan Pablo II ese “sígueme” de Jesús a Pedro, que lo llevó por caminos insospechados, no planificados. Cuando hay una obsesión por planificar, por prever, la indeterminación puede producir inquietud. Benedicto XVI sufrió en carne propia ese “sígueme” imprevisto, y el que a sus 78 años quería descansar merecidamente, se vio envuelto en una nueva aventura.
Concluyendo: se podrá estar de acuerdo o no con el Papa, podrá caer bien o mal, pero al verlo tendríamos que cuestionarnos ¿qué lo impulsa a seguir adelante?, ¿de dónde obtiene esa fuerza interior, para afrontar con entereza en el ocaso de su vida, graves problemas? ¿Tengo acaso yo un ideal que a los 84 años y después de 60 de estar en brega me siga empujando hacia adelante?, ¿no es auténticamente libre una persona así? En cualquier caso creo que podemos decir: “gracias Benedicto XVI por tu fidelidad a Cristo y a la Iglesia, por tu fidelidad a un ideal”.