Pasar al contenido principal

Una historia de Navidad - Una buena oración

El Papa Benedicto XVI nos recomienda en esta Navidad dejar espacio en el corazón a Jesús: "Dejad espacio en vuestro corazón a Jesús que viene para testimoniar su alegría y su paz". Para ello tendremos que vaciarlo de lo que no es de Él. Podemos aprovechar este tiempo de gracias para revisar nuestra vida y descubrir algún aspecto que podemos mejorar o tal vez necesitamos quitar. Puede ser uno solo, pero muy claro que sirva de punto de lucha para próximo año.

Y ahora una historia para meditar.

“Siempre está viva la fe en el corazón de los hombres…”, se dijo el sacerdote al ver la iglesia llena. Eran obreros del barrio más pobre de Río de Janeiro, y se habían reunido esa noche con un solo objetivo común: la misa de Navidad. Se sintió muy confortado. Con paso digno, llegó al centro del altar. Todo estaba preparado para que empezara la santa Misa, pero en medio del gran silencio, se escuchaba una voz alta y aguda que estaba deletreado: “a, b, c, d, e...”.

Era, al parecer, un niño quien perturbaba la solemnidad del oficio. Los asistentes se volvieron hacia atrás, algo molestos. Pero el niño, sin darse cuenta que estaba por empezar la ceremonia, pues tenía los ojos cerrados, continuaba: “j, k, l, m, n…”.

“Calla”, le dijo una señora indignada. El niño pareció despertarse de un trance. Lanzó una mirada temerosa a su alrededor y su rostro enrojeció de vergüenza.

“¿Qué haces? ¿No ves que nos distraes a todos?” El niño bajó la cabeza y unas lágrimas se deslizaron por sus mejillas...

“¿Dónde está tu madre? - insistió la señora. - ¿No te ha enseñado a seguir la Misa?”

Con la cabeza baja el niño respondió: “Perdóneme señora, pero soy huérfano y no he aprendido a rezar. He crecido en la calle, sin familia. Hoy como es Navidad, y vi que muchos se acercan para platicar con Jesús, yo también quise hacerlo. Pero no sé hacer oraciones importantes. Por eso digo sólo las letras que me sé. He pensado que, allá arriba en el Cielo, Él podría tomar esas letras y formar las palabras y las frases que más le gusten”.

Todos escuchaban conmovidos. El niño se levantó y disculpándose expresó: “Pero no quiero molestar a las personas que sí saben cómo hablar con Dios. Perdóneme”.

El niño iba saliendo pero el sacerdote lo llamó: “No te vayas, ven conmigo”. Tomó al niño de la mano y lo condujo al altar. Después se dirigió a los fieles con estas palabras: “Esta noche, antes de comenzar la misa, vamos a rezar una plegaria inusual y especial. Vamos a dejar que Dios escriba lo que Él desea oír y que nosotros, por estar tan metidos en nuestras cosas y en nuestro egoísmo, no sabemos decirlas. Le pediremos que ponga en orden las letras de nuestra vida. Vamos a pedir en nuestro corazón que esas letras le permitan crear las palabras y las frases que a Él le agraden. Hoy este niño nos ha dado una lección de humildad y confianza a todos nosotros”.

Con los ojos cerrados, el cura se puso a recitar el alfabeto. Y, a su vez, toda la iglesia, algunos con lágrimas en los ojos, repitieron: “a, b, c, d...”.