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Su mente está llena de luz

No menos impresiona en la figura de Cristo esa coherencia, esa serenidad, esa seguridad que flota en su vida, como quien sabe a dónde va y por qué va; nunca una duda, nunca un titubeo.”

El tener una mente clara significa distinguir bien entre la realidad y la ilusión, entre lo verdadero y lo falso. Muchas veces nosotros no emitimos juicios correctos porque nos dejamos influir demasiado por nuestra imaginación o por nuestras pasiones desordenadas. Tal vez podríamos calcular la claridad mental de un hombre por su capacidad de emitir juicios exactos. Cuando no tiene esta capacidad comienza a titubear y decir cosas como: “Me parece...”, “En el mejor de los casos..”, “Puede ser...”, “Quién sabe...”

En Cristo no se ven estos titubeos en las afirmaciones que hace. Sus frases son tajantes. Aquí hay unas cuantas que muestran su gran claridad de mente:

“El hombre no es para el sábado, sino el sábado es para el hombre”,

“No el que dice `Señor, Señor´ entrará en el Reino, sino aquel que hace la voluntad de Dios”,

“¡Qué difícil es para un rico entrar en el Reino de los Cielos. Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el Reino de los Cielos”,

“Todo reino dividido no subsistirá”.

Podríamos multiplicar los ejemplos.

Nos interesa saber cómo Cristo logró capacitarse tanto como para hacer unos juicios tan ciertos. Una primera explicación podría ser ésta: Él es Dios, la luz del mundo... Pero no hay duda que tenía también un conocimiento humano y una facultad humana capaz de juzgar.

Me atrevería a decir que Cristo logró juzgar con tanto acierto por su gran coherencia de vida. Cristo no sólo conocía la verdad sino que vivía según la verdad. Hay un refrán popular que dice: “Si no vives como piensas, terminarás pensando como vives.” En Cristo hay una unidad perfecta entre su manera de pensar y de vivir.

Una vez un joven me preguntó qué pensaba yo de las relaciones prematrimoniales. Yo le contesté haciéndole una pregunta: “¿Qué dicen los mandamientos de Dios?” Con eso el joven recibió la respuesta. Como muchas personas ya tienen el hábito del pecado comienzan a pensar que esos actos que cometen no son tan pecaminosos que digamos. Si un señor no paga los impuestos durante mucho tiempo fácilmente puede llegar a la conclusión de que “en su caso” está bien.

Uno de los problemas principales que tuvieron los judeocristianos fue el desligarse de la Ley de Moisés y las costumbres meramente exteriores del judaísmo. En Cristo no se nota esta dificultad. Él no rechaza el judaísmo, sino lo purifica y lo eleva. En una discusión, por ejemplo, sobre lo que “mancha” al hombre, Él dijo que lo que hace esto no es lo que viene de fuera del hombre, sino lo que viene del corazón del hombre, porque de allí vienen los adulterios, los asesinatos, la maledicencia...

Él sabía que el problema fundamental del hombre estaba dentro del mismo hombre, y concretamente en su corazón. Para Él lo que había que arreglar era el corazón del hombre. Muchos hoy en día parecen no tener tanta claridad de ideas como Cristo. En vez de componer al hombre desde dentro, tratan de cambiar las estructuras de la sociedad. Ciertamente es necesario cambiar éstas y crear unas justas, pero “no hay que poner la carreta antes del caballo”, pues hay que cambiar al hombre para que construya y respete estas estructuras nuevas.

Los judíos discutían mucho sobre lo que sería motivo suficiente para que un hombre pudiera repudiar a su esposa y casarse con otra. En esto Cristo mostró una vez más su gran claridad mental. Él dijo: “En el inicio no fue así. Dios hizo el hombre varón y hembra. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.” Así en un instante puso fin a una discusión secular sobre un asunto tan importante como lo es la indisolubilidad del matrimonio.

Muchos de los oyentes de Jesús decían: “Este predica con autoridad y no como los fariseos.” Éstos, para afirmar alguna cosa, tenían que citar constantemente y al pie de la letra la Sagrada Escritura. Cristo en cambio decía las cosas a nombre propio. Por ejemplo, decía: “Ustedes han oído que se dijo `Ojo por ojo, diente por diente´, pero yo les digo `No hagan frente al malvado; al contrario, si alguno te abofetea en la mejilla derecha, vuélvele también la otra.”