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Reflexiones (imaginadas) de un ejecutivo

«Las directivas son claras y perentorias: ahorrar, sanear, hacer competitivo al Grupo. Para ello, reducción de personal. En otras palabras, expulsiones.

«Tengo que dar órdenes concretas. Habrá expulsiones entre los 30 ejecutivos que viven en un país rico. Sospecho lo que ocurrirá cuando llegue mi mensaje. Alguno se suicidará. En otros casos, la depresión psicológica se hará presente, llevará a la destrucción lenta de las personas. Habrá familias que se disgreguen. Habrá tensiones, peleas, odio en los corazones.

«También habrá despidos en la fábrica situada en un país ‘emergente’. Más de 200 obreros y empleados quedarán en la calle. Quizá nadie se suicide, o quizá también aquí alguno tome una decisión dramática. Otros buscarán un trabajo alternativo, llamarán a otras empresas, harán un nuevo intento. Los que han superado cierta edad están condenados al paro perpetuo. Incluso quizá alguna familia llegará a las puertas del hambre y la miseria.

«He pasado tantos años de estudio, tantas oposiciones, tanta lucha, para llegar a este puesto, a este trabajo, a esta vida. Sé que la decisión llega de arriba, de muy arriba. Soy un simple ejecutor: no tengo responsabilidad en lo que ocurrirá de aquí en adelante. Además, si yo me niego a obedecer, seré marginado, quizá expedientado. Otro ocupará mi puesto y será más firme, más decidido, más inflexible que yo.

«Quizá ha llegado la hora de detener la marcha de mi vida. No puedo vivir como un engranaje de un sistema que aplasta a los más débiles. No soy un simple peón de una cadena de órdenes inalterables. Yo también tengo un corazón y puedo defender los derechos de otros.

«Algo no funciona en un mundo donde mi Grupo tiene que despedir gente para competir con otros grupos que también están reduciendo costos a base de despedir trabajadores. Algo va mal en un sistema económico donde todo es lucha, donde las personas son números marginales, que se tachan como se borra en la pantalla una letra equivocada.

«Detrás de cada número, detrás de cada trabajador, hay sueños, hay familias, hay necesidades, hay bocas, hay estudios, hay deseos de una vida aceptable. Miles de esos sueños quedan abortados desde quienes dirigen, por elección propia o por accidentes de la vida, buena parte de la economía mundial. Algunos de esos grandes dirigentes están obsesionados por las ganancias: no son capaces de reconocer que la economía es para el hombre, y no que el hombre es para la economía.

«Me queda poco tiempo para enviar los correos electrónicos. El margen de opciones es prácticamente nulo. Aunque, quizá, si lo intento de nuevo, alguien de los de arriba podrá pensar en alternativas diferentes, en caminos para redistribuir los sacrificios y para salvaguardar ese trabajo del que dependen hombres y mujeres concretos.

«Quizá no me escuchen, quizá no me hagan caso, quizá me etiqueten como loco o como débil de carácter. Pero no puedo quedarme indiferente ante lo que va a ocurrir a cientos de personas. Vale la pena hacer el esfuerzo. Sólo entonces será posible que algún corazón  rompa con las cadenas que lo atan a ambiciones locas e iniciará, conmigo, un camino serio para que el mundo sea un poco más justo, más solidario y más atento a las necesidades de todos. Sólo entonces se adoptarán resoluciones que no miren sólo a los beneficios de unos pocos siempre más ricos, sino a las necesidades de muchos que sólo desean seguridad en sus contratos y un salario digno para sus familias».