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¿Quién seleccionó los Evangelios?

¿Quién seleccionó los Evangelios?

“El Código Da Vinci” dice:

Jesús fue un hombre sabio, un mortal, sobre cuya vida se escribieron miles de relatos durante los primeros siglos, pero solamente cuatro fueron incluidos en la Biblia, y lo hizo el emperador Constantino en el año 325. Después, aquellos miles de trabajos que presentaban a Jesús como un maestro humano fueron desaparecidos por motivaciones políticas.

La regla de la fe

Cuando Jesús subió al cielo no nos dejó una Biblia, sino una Iglesia: los apóstoles, María su madre, y otros discípulos. Todos ellos fueron testigos de la predicación de Jesús, de sus milagros, de sus padecimientos, de su muerte y resurrección. Guardaron lo que habían visto y oído, y lo transmitieron de manera verbal, pero también escrita.

Evangelio significa literalmente “Buena Nueva” y, como tal, algunos cristianos se dieron a la tarea de anunciar a través de escritos la buena nueva de nuestra salvación realizada por Jesucristo; sin embargo, al margen de los cuatro Evangelios que hoy acepta la Iglesia, pronto comenzaron a circular entre las comunidades primitivas algunos textos que no tenían su origen en la primera época de la predicación apostólica y no conservaban con exactitud las palabras y los hechos de Jesús.

Tal situación obligó a la comunidad cristiana a valorar algunos textos por encima de otros. El discernimiento fue tal, que hacia la segunda mitad del siglo II, los cristianos ya se habían afianzado en lo que llegaría a llamarse “la regla de la fe”: dos conjuntos de escritos: los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, y las Cartas de Pablo.

La formación del Canon

Como hemos señalado, hubo otros libros que circulaban entre la comunidad cristiana primitiva. Textos instructivos como la “Didajé” y “El Pastor de Hermas” o cartas de otros apóstoles -o de los que estaban unidos a ellos- como la carta de Clemente, escrita alrededor del año 95 o 96 d.C.

¿Por qué no figuran hoy en nuestro Nuevo Testamento? Por la siguiente razón: en el siglo II la Iglesia se vio en la necesidad de responder a un desafío que consistía en discernir entre dos posturas: la del movimiento encabezado por un hombre llamado Marción, que trataba de reducir drásticamente el número de libros reconocidos como Sagrada Escritura, y la del movimiento gnóstico que intentaba añadir otros libros.

En respuesta a este problema, los responsables de las comunidades cristianas empezaron a definir con mayor claridad los libros apropiados para su uso en las iglesias cristianas, en la liturgia y en la catequesis. Durante un par de siglos, esto se hizo a través de estudios en común y de las definiciones de cada obispo. Los Evangelios y las Cartas de Pablo eran el núcleo comúnmente aceptado.

Con el tiempo, cuando el cristianismo estuvo más asentado, y había desaparecido la amenaza de la persecución, los obispos cristianos fueron capaces de reunirse y tomar decisiones para la Iglesia. El Concilio (consejo de obispos) de Laodicea, alrededor del año 363 d.C., confirmó la enseñanza de la Iglesia por medio de una lista de libros que incluían todos los que conocemos, excepto el Apocalipsis.

En el año 393, un Concilio reunido en Hipona, en el norte de África, estableció el Canon -incluyendo el Apocalipsis-, tal y como lo conocemos hoy.

Conclusión

Efectivamente, las manos humanas desempeñaron un papel en el establecimiento del Canon, pero sus decisiones no fueron motivadas por el deseo de oprimir a las mujeres o de conservar el poder. Se vieron en la obligación -muy seriamente asumida- de asegurarse de que la vida y el mensaje de Jesús fueran exactamente preservados para las futuras generaciones en un Canon (lista) inspirado por el Espíritu Santo según la fe cristiana. Por supuesto, hubo libros que no se incluyeron. Unos porque sus huellas no se remontaban a los tiempos apostólicos y otros porque solamente eran descripciones de Jesús -difícilmente reconocible con el Jesús que encontramos en los Evangelios y en Pablo- que de manera forzada intentaban situarlo en el contexto de filosofías y movimientos espirituales nuevos.