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Perdonar y no olvidar

¿Hay que olvidar las ofensas que nos hacen, o no? Sí, en el sentido de no  guardar rencor, primero porque es perjudicial para uno mismo, y segundo porque el perdón es transformar la ofensa en compasión. Sin embargo,  no podemos olvidar haciendo desaparecer de la memoria aquello. Además, no olvidar es creativo... y la memoria constituye nuestra identidad… y cada recuerdo es un escalón más hacia la madurez. Perdonar es superar la ofensa y poder recordar sin rencor. El perdón no requiere olvido. Además, no se puede controlar la memoria con la inteligencia, es una facultad espiritual distinta que obra independientemente de nuestra voluntad y de la inteligencia. La prueba es que, de hecho, a veces uno quisiera recordar algo y no puede; y otras veces desearía olvidar ciertas cosas y no lo logra. Se trata, como hemos dicho, de recordar un suceso sin faltar al amor: al recordar lo que nos dolió, recordemos al mismo tiempo cómo Jesús reacciona ante las ofensas, y oremos con él como en la cruz. 

Además, hay que procurar establecer puentes mientras hay vida –que no la tendremos siempre: lo trágico es que, en el trance final antes de la muerte, haya enemistades pendientes. Es mejor que aquí y ahora hagamos las paces, pues no sabemos si luego habrá una ocasión de perdonar… En cualquier caso, hay que amar ahora que hay tiempo, la muerte nos podría quitar esa oportunidad. Recordar la ofensa puede convertirse en crecimiento interior para el ofendido: es humildad que cura la soberbia, caridad que elimina toda envidia... y se deja de sentir dolor. Si perdono vivo feliz y, si recuerdo, el recuerdo no me duele, no me afecta porque pude perdonar y los recuerdos vienen a mi memoria sin dolor, sin perturbación, sin sufrir el desgaste interior propio de quien guarda un doloroso rencor. “Perdonar no sólo tiene como beneficio el crecimiento interior, sino que también trae consigo una gran paz en quien lo practica. Perdonar es un ejercicio de las virtudes, porque para perdonar se necesita de caridad, humildad, paciencia, prudencia, fortaleza, amor… Perdonar es la manifestación de un corazón puro como consecuencia de una vida virtuosa. El perdón es una decisión, no un sentimiento, porque cuando perdonamos no sentimos más la ofensa, no sentimos más rencor. Perdona, que perdonando tendrás en paz tu alma y la tendrá el que te ofendió” (Madre Teresa de Calcuta). Cuando perdonamos, reconocemos el valor intrínseco de la otra persona (elperdoncatolico.com). Al perdonar te liberas a ti mismo y, si después de perdonar a una persona quieres seguir tratándola, pues adelante! Si,  por el contrario, prefieres que sea un trato más alejado, ¡pues también! La gracia está en no estar amargado, ni desear el mal a esa persona. Se trata de amarla… (Dr. Bernie  Siegel).

Olvidar es un método erróneo de conseguir paz de espíritu. Cuando se hace bien, es como la amnesia. Lo que ocurre es que, lo que olvidamos, no necesariamente desaparece. Si entierras algo en el patio trasero, lo único que consigues es que no se vea. Las cosas que olvidamos quedan enterradas bajo el consciente, pero viven bajo la superficie y se manifiestan en nuestros sentimientos y actividades. Aparecen en los sueños y en los dibujos que hacemos y siguen formando parte de nuestras vidas. 

El perdón conlleva dar amor. Es una manera de decir: «Voy a prescindir de tus malas acciones, no voy a amargarme y voy a seguir queriéndote de todos modos». Me dijo un amigo, cuando le pedí perdón por una cosa de hacía mucho tiempo, por una injusticia en la que veía que yo también fallé: “¿te das cuenta de que acabas de cambiar la historia?” Me hizo pensar, es como un volver a escribir aquello de una forma mejor. Recuerda que el perdón no sólo tiene que darse en la relación con los demás sino también en la relación con uno mismo. Además, “a perdonar sólo se aprende en la vida cuando a nuestra vez hemos necesitado que nos perdonen mucho” (Jacinto Benavente). Menos mal que “Dios me perdonará, es su oficio” (Heinrich Heine).