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No adorar a la “Santa Muerte”

 Hay una religión recientemente registrada en la Secretaría de Gobernación como “Iglesia Católica Tradicionalista Mexicana-estadounidense”, con sede en el viejo barrio de San Antonio en el D.F. En realidad más que una religión es una secta que tiende al satanismo.

El culto a la “santa muerte” coincide con el aumento de poseídos por el demonio, porque precisamente Satán ha poseído a algunos de los que pertenecen a esta secta.

El culto a la “Santa Muerte” surge entre personas con poco conocimiento de Cristo y del verdadero Catolicismo. Esta “devoción” ha sido capitalizada por los comerciantes que no tienen escrúpulo en vender lo que sea con tal de tener ganancias. La Iglesia Católica marcó desde un principio la incompatibilidad de la nueva “devoción” con la doctrina cristiana, ya que son “traficantes de Cristo, y hay que estar alerta contra los tales” (Cfr. Didaché XIII, 3-5).

La constante negativa de la Iglesia católica de aceptar el culto a la “Santa Muerte” ha obligado a sus seguidores a tomar una decisión entre ser católicos o ser de esta secta.

En Querétaro llegan a venerar a la Santa Niña Blanca, una estatua cadavérica, a quien un exconvicto puso un “templo”. Desde hace dos años, cada mes, llegan decenas de católicos ingenuos a ver a la Niña Blanca, culto que no sólo no está reconocido por la Iglesia Católica, sino que incluso hace más vulnerables a sus adeptos frente al mal... Por sus frutos se conocen los árboles.

Al principio la devoción a la “Santa Muerte” parecía algo inocente, ya que la Iglesia Católica pide para quienes mueren una muerte santa, pero nunca da culto a la muerte, que es un hecho, no una persona. El patrono de la muerte santa es San José, pero algunos personalizaron a la muerte.

La palabra cadáver es el resultado de un acróstico latino de tres sílabas,

que si se completan nos indican el significado: “carne dada a los gusanos”:

Caro = carne

Data = dada

VERnum = a los gusanos

Esos “peregrinos” dan culto a la muerte, veneran un cadáver, una calaca violenta que representa a la muerte.

Igualmente peligroso es el juego de la ouija. Los jóvenes deben saber que hay fuerzas sobrenaturales que superan al ser humano y, por tanto, no se han de enfrentar.

La intervención de los padres debe ser delicada. Haría falta sobre todo preguntarse qué es lo que pasa en la vida del joven, qué le falta. Si se hacen sesiones espiritistas ("seriamente", no una vez por broma, aunque de todos modos hay que dejar claro que tampoco está bien) o misas negras rudimentarias, hay siempre algo que no va bien. Es importante no mostrarse demasiado escandalizados, porque a menudo el objetivo de estos chicos es justamente el de escandalizar a los padres. Hay que mostrar el carácter mísero de estas prácticas, hacer comprender al joven que el espiritismo juvenil o el satanismo juvenil es una opción de "perdedor", de vencido, que los satanistas no son potentes príncipes de las tinieblas sino pobres diablos. Pero sobre todo hay que proponer. Estos problemas se resuelven cuando los jóvenes encuentran, quizá en compañía de sus padres o en el ámbito de la fe cristiana, experiencias más significativas y atractivas respecto a las pequeñas estupideces del espiritismo y del satanismo.

En Estados Unidos se dio el caso de una señora, Harriet, quién enseñó a su sobrino Robbie a manejar la ouija, y luego ella murió. A partir de aquel momento, Robbie pasaba horas enteras con la ouija, intentando entrar en contacto con su tía difunta. Fue entonces cuando los fenómenos paranormales comenzaron a producirse. Al irse a dormir oía pasos junto a su cama y, durante el día, objetos y muebles pesados se deslizaban por el aire o se volcaban solos. Sus parientes podían ver girar vertiginosamente las sillas en que Robbie se sentaba.

Este adolescente ya no podía siquiera ir al colegio: su pupitre daba saltos y golpeaba los de los demás niños. Había comenzado a volverse hosco y reservado. Además, durante las noches tenía pesadillas en las que parecía hablar con alguien.

Es sabido que la posesión demoníaca se manifiesta, progresivamente, de tres formas: infestación (el demonio actúa sobre la materia circundante y produce fenómenos telequinéticos de toda índole); obsesión (atormenta a la víctima sin hacerla perder el conocimiento pero de modo evidente); y posesión (invade el cuerpo de la persona y lo trata como propiedad suya). Robbie estaba a punto de pasar a la tercera fase.

Los papás del joven gastaron mucho dinero en psiquiatras y médicos, hasta que un pastor protestante les dijo que los expertos en exorcismos eran los sacerdotes católicos. Fueron en busca de uno. Tras haber ayunado, celebrado Misa y hecho su confesión general, un sacerdote inició el exorcismo que habría de prolongarse en sucesivas sesiones. En cada sesión de exorcismo, salían de Robbie grandes cantidades de orina maloliente. Durante otra sesión, al preguntar al demonio su nombre, se dibujó con arañazos sobre el pecho de Robbie la palabra spite (rencor). No obstante, durante el día Robbie era un muchacho normal, algo característico de los posesos. Sólo durante los períodos de crisis, que a veces duraban horas y que, salvo en raras ocasiones, se presentaron siempre de noche, parecía ser otra persona. Chillaba, ladraba, reía diabólicamente, insultaba y maldecía al oír las plegarias o el nombre de Jesús. Cantaba melodías que desconocía. Agitaba los brazos desesperadamente y, en cuanto se veía libre de ataduras, soltaba violentos puñetazos. La lucha contra el mal fue ganando la batalla y finalmente el joven se vio libre de la posesión diabólica. Somos libres: En nuestra mano está el escoger el bien o el mal.