Pasar al contenido principal

Navidades modernas

Siempre corremos el peligro de la Navidad nos introduzcan en una especie de rutina prefijada y obligada por el calendario que nos fuerza a caldear de repente el ambiente de familia, a adornar la casa, y a encender una compasión light de sillón y de televisión hacia los necesitados que aparecen en la pequeña pantalla. Para después, a las pocas semanas, embaladas otra vez en el trastero las esferas, las luces y las figuras del misterio, emprender la cuesta de enero con cierto alivio por habernos quitado de encima la Navidad  con todos sus gastos y con todos sus compromisos.

Lo cierto es que las Navidades actuales tienen muy poco que ver con la Navidad que se vivía, probablemente, hace treinta o cuarenta años. Las de ahora son Navidades modernas. Navidades globalizadas; Navidades de la nueva era, Navidades ecológicas y tecnológicas; Navidades de publicidad y de internet. Son las Navidades en este mundo que genera depresión, soledad, crisis, miedos, inseguridad y cultura de la muerte. Son las Navidades – vacación, las Navidades – viaje; las Navidades de las familias fragmentadas, de las familias separadas y de las familias destrozadas. Las Navidades de los pobres tradicionales y la de los pobres modernos, esos cuyo espíritu anda muerto por el pecado, por la esclavitud de los vicios, por la indiferencia, por el aburrimiento existencial o por la enfermedad del sinsentido. 

En su origen, la Navidad alcanzó esa enorme popularidad porque transmitía el mensaje de que hay algo divino en lo cotidiano. Mensaje que se expresaba popularmente en las letras de muchos villancicos: la Virgen que está lavando entre cortina y cortina; o Dios entre un buey y una mula; o el pastor que lleva al portal requesón, manteca y vino... Esta aparición de lo divino en lo cotidiano se convertía en el anuncio de una buena noticia: “Ha aparecido la humanidad y la jovialidad de nuestro Dios”. 

La forma actual de la Navidad, por muchos villancicos que cantemos, tiene el mensaje falsificado; ahora se nos dice que hay algo divino en el consumo. Y la invitación no es que vayamos a alguna cueva, sino que vayamos a los grandes almacenes o a algún Portal, pero de internet, donde se podrá comprar más cómodamente.

Al perder su verdadero sentido, el legado de nuestras Navidades modernas ya no parece ser la Paz, sino el desenfreno. Y al final, acabamos deseando que se acaben pronto, para volver a lo cotidiano.

Me pregunto seriamente si la Iglesia, que en la antigüedad supo cristianizar la fiesta pagana del sol naciente, no tendría que hacer algo similar en nuestros tiempos recomendando (no mandando, porque esto hoy no sirve para nada) que en estos días busquen con fuerza una marcha hacia la interioridad y una huelga solemne de consumo que acabe obligando a los que nos venden la idea de la Navidad, a presentar las cosas de una manera más humana y menos aparente.

Es interesante volver a preguntarnos ¿qué estamos celebrando? Tal vez lo sabemos a grandes rasgos, pero es muy probable que lo tengamos un poco olvidado. Los Evangelios apenas nos transmiten en síntesis el milagro más grande de todos los tiempos: El edicto de César Augusto obliga a José a empadronarse en su ciudad natal. María lo acompaña embarazada y cercana ya la fecha de dar a luz. Llegados a Belén tienen dificultad para encontrar un lugar adecuado. En un lugar solitario María da a luz a su hijo, lo envuelve en pañales y lo acuesta en un pesebre. Así nace Dios. “Cuando un tranquilo silencio ocupaba todas las cosas, y la noche, siguiendo su curso, se hallaba en la mitad del camino, tu omnipotente palabra, desde el cielo, desde tu real solio, cual terrible campeón, saltó de repente en medio de la tierra...” Sabiduría 18, 14 – 15.

El Hijo de Dios, sin ruido de palabras, nace entre los hombres enseñando a los hombres los secretos de la sabiduría de Dios. Mientras la gente se desvive por las glorias, los placeres y las riquezas pasajeras, la lección de Belén no puede borrarse, y nos recuerda lo esencial, lo único necesario, y nos muestra el tesoro escondido, silencioso y elocuente de la sabiduría divina.