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María...

Agosto es un mes cargado de festividades marianas, muchas advocaciones que se celebran alrededor del 15, día que a mitad de mes es fiesta mayor de muchos pueblos… es un mes imbuido de ese ambiente, como “al baño María”. Ella es la más santa, la más perfecta, la venerada: “Desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (Lc 1, 48), dice María. La Iglesia la proclama junto a Jesús en cuerpo y alma, y como Madre de Dios y madre nuestra desde sus inicios: hablan de ello sus pinturas en las catacumbas romanas, desde finales del siglo II, especialmente como mujer orante; como también la oración “Sub tuum praesidium” (Bajo tu amparo nos acogemos) que encontramos escrita ya en los siglos III-IV, y luego se ha desarrollado en la composición de la Salve Regina, del Acordaos, etc. San Silvestre le dedicó una iglesia sobre el antiguo templo de Vesta de los Foros romanos; aunque es más impresionante la basílica de la Natividad en Palestina en la época de Constantino, y desde entonces, se le dedican un sinfín de iglesias. Leo en un escrito como en la liturgia eucarística –la ley de la fe- se la venera ya en el año 225, de modo habitual, además de hacerlo en las fiestas del Señor (Encarnación, Natividad, Epifanía, etc.). En el 380 se instituyó la «Memoria de la Madre de Dios».

El testimonio de los padres de la Iglesia van profundizando en la mariología: San Ignacio de Antioquía (+ c. 110), habla de la concepción virginal de Jesús. San Justino (+ c. 167) la llama la nueva Eva, María comienza el nuevo estirpe. San Ireneo de Lyon (+ c. 202), hace de su maternidad divina base de su cristología: si es verdadera madre Jesús es nuestro, solidario; también lo refiere Tertuliano (+ c. 222). Orígenes (+ c. 254) la comienza a llamar Theotókos (Madre de Dios) y luego ya los demás -San Efrén, San Atanasio, San Basilio, San Gregorio de Nacianzo, San Gregorio de Nisa, San Ambrosio, San Agustín, Proclo de Constantinopla, etc.-, y es el nombre más bonito, dogma de fe desde el Concilio de Efeso (431). Y así van elaborándose las explicaciones de sus prerrogativas: sobre la virginidad, en el siglo IV, se acuña el término aeiparthenos —siempre virgen—, que S. Epifanio lo introduce en su símbolo de fe y posteriormente el II Concilio Ecuménico de Constantinopla lo recogió en su declaración dogmática. También se generaliza el título de "toda santa" –panaguía-. Se la canta glorificada (en forma de Dormición y Asunción al cielo), Inmaculada concepción), Mediadora de todas las gracias, Reina de todo lo creado... Ella “‘ha sido llevada por Dios, en cuerpo y alma, a los cielos: ¡y los Angeles se alegran!’ Así canta la Iglesia (…) Se ha dormido la Madre de Dios (...) Jesús quiere tener a su Madre, en cuerpo y alma, en la Gloria. -Y la Corte celestial despliega todo su aparato, para agasajar a la Señora. -Tú y yo -niños, al fin- tomamos la cola del espléndido manto azul de la Virgen, y así podemos contemplar aquella maravilla. La Trinidad beatísima recibe y colma de honores a la Hija, Madre y Esposa de Dios... -Y es tanta la majestad de la Señora, que hace preguntar a los Angeles: ¿Quién es ésta?” Así pinta S. Josemaría el icono de la Asunción. Luego, una semana más tarde, la celebramos también como Reina: “’Eres toda hermosa, y no hay en ti mancha. -Huerto cerrado eres, hermana mía, Esposa, huerto cerrado, fuente sellada (…) -Ven: serás coronada’. (Cant., IV, 7, 12 y 8.) (…) ‘Una gran señal apareció en el cielo: una mujer con corona de doce estrellas sobre su cabeza. -Vestido de sol. -La luna a sus pies’. (Apoc., XII, 1.) María, Virgen sin mancilla, reparó la caída de Eva: y ha pisado, con su planta inmaculada, la cabeza del dragón infernal. Hija de Dios, Madre de Dios, Esposa de Dios. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo la coronan como Emperatriz que es del Universo. Y le rinden pleitesía de vasallos los Angeles..., y los patriarcas y los profetas y los Apóstoles..., y los mártires y los confesores y las vírgenes y todos los santos..., y todos los pecadores y tú y yo