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Las siete peticiones

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CUARTA PARTE
LA ORACIÓN CRISTIANA

SEGUNDA SECCIÓN 
LA ORACIÓN DEL
SEÑOR:
"PADRE NUESTRO"

ARTÍCULO 3
LAS SIETE PETICIONES

2803. Después de habernos puesto en presencia de Dios nuestro Padre para
adorarle, amarle y bendecirle, el Espíritu filial hace surgir de nuestros
corazones siete peticiones, siete bendiciones. Las tres primeras, más
teologales, nos atraen hacia la Gloria del Padre; las cuatro últimas, como
caminos hacia El, ofrecen nuestra miseria a su Gracia. "Abismo que llama al
abismo" (Sal 42, 8).

2804. El primer grupo de peticiones nos lleva hacia El, para El: ¡tu Nombre,

tu
Reino, tu Voluntad! Lo propio del amor es pensar primeramente en Aquél que
amamos. En cada una de estas tres peticiones, nosotros no "nos"
nombramos, sino que lo que nos mueve es "el deseo ardiente", "el
ansia" del Hijo amado, por la Gloria de su Padre,(cf Lc 22, 14; 12, 50):
"Santificado sea ... venga ... hágase ...": estas tres súplicas ya
han sido escuchadas en el Sacrificio de Cristo Salvador, pero ahora están
orientadas, en la esperanza, hacia su cumplimiento final mientras Dios no sea
todavía todo en todos (cf 1 Co 15, 28).

2805 El segundo grupo de peticiones se desenvuelve en el movimiento de
ciertas epíclesis eucarísticas: son la ofrenda de nuestra esperanza y atrae la
mirada del Padre de las misericordias. Brota de nosotros y nos afecta ya ahora,
en este mundo: "danos ... perdónanos ... no nos dejes ... líbranos".
La cuarta y la quinta petición se refieren a nuestra vida como tal, sea para
alimentarla, sea para curarla del pecado; las dos últimas se refieren a nuestro
combate por la victoria de la Vida, el combate mismo de la oración.

2806 Mediante las tres primeras peticiones somos afirmados en la fe, llenos
de esperanza y abrasados por la caridad. Como criaturas y pecadores todavía,
debemos pedir para nosotros, un "nosotros" que abarca el mundo y la
historia, que ofrecemos al amor sin medida de nuestro Dios. Porque nuestro Padre
cumple su plan de salvación para nosotros y para el mundo entero por medio del
Nombre de Cristo y del Reino del Espíritu Santo.

I Santificado sea tu
nombre

2807 El término "santificar" debe entenderse aquí, en primer
lugar, no en su sentido causativo (solo Dios santifica, hace santo) sino sobre
todo en un sentido estimativo: reconocer como santo, tratar de una manera santa.
Así es como, en la adoración, esta invocación se entiende a veces como una
alabanza y una acción de gracias (cf Sal 111, 9; Lc 1, 49). Pero esta petición
es enseñada por Jesús como algo a desear profundamente y como proyecto en que
Dios y el hombre se comprometen. Desde la primera petición a nuestro Padre,
estamos sumergidos en el misterio íntimo de su Divinidad y en el drama de la
salvación de nuestra humanidad. Pedirle que su Nombre sea santificado nos
implica en "el benévolo designio que él se propuso de antemano" para
que nosotros seamos "santos e inmaculados en su presencia, en el amor"
(cf Ef 1, 9. 4).

2808 En los momentos decisivos de su Economía, Dios revela su Nombre, pero
lo revela realizando su obra. Esta obra no se realiza para nosotros y en
nosotros más que si su Nombre es santificado por nosotros y en nosotros.

2809 La santidad de Dios es el hogar inaccesible de su misterio eterno. Lo
que se manifiesta de él en la creación y en la historia, la Escritura lo llama
Gloria, la irradiación de su Majestad (cf Sal 8; Is 6, 3). Al crear al hombre
"a su imagen y semejanza" (Gn 1, 26), Dios "lo corona de
gloria" (Sal 8, 6), pero al pecar, el hombre queda "privado de la
Gloria de Dios" (Rm 3, 23). A partir de entonces, Dios manifestará su
Santidad revelando y dando su Nombre, para restituir al hombre "a la imagen
de su Creador" (Col 3, 10).

2810 En la promesa hecha a Abraham y en el juramento que la acompaña (cf Hb
6, 13), Dios se compromete a sí mismo sin revelar su Nombre. Empieza a
revelarlo a Moisés (cf Ex 3, 14) y lo manifiesta a los ojos de todo el pueblo
salvándolo de los egipcios: "se cubrió de Gloria" (Ex 15, 1). Desde
la Alianza del Sinaí, este pueblo es "suyo" y debe ser una
"nación santa" (o consagrada, es la misma palabra en hebreo: cf Ex
19, 5-6) porque el Nombre de Dios habita en él.

2811 A pesar de la Ley santa que le da y le vuelve a dar el Dios Santo (cf Lv
19, 2: "Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios soy santo"), y
aunque el Señor "tuvo respeto a su Nombre" y usó de paciencia, el
pueblo se separó del Santo de Israel y "profanó su Nombre entre las
naciones" (cf Ez 20, 36). Por eso, los justos de la Antigua Alianza, los
pobres que regresaron del exilio y los profetas se sintieron inflamados por la
pasión por su Nombre.

2812 Finalmente, el Nombre de Dios Santo se nos ha revelado y dado, en la
carne, en Jesús, como Salvador (cf Mt 1, 21; Lc 1, 31): revelado por lo que él
ss, por su Palabra y por su Sacrificio (cf Jn 8, 28; 17, 8; 17, 17-19). Esto es
el núcleo de su oración sacerdotal: "Padre santo ... por ellos me
consagro a mí mismo, para que ellos también sean consagrados en la
verdad" (Jn 17, 19). Jesús nos "manifiesta" el Nombre del Padre
(Jn 17, 6) porque "santifica" él mismo su Nombre (cf Ez 20, 39; 36,
20-21). Al terminar su Pascua, el Padre le da el Nombre que está sobre todo
nombre: Jesús es Señor para gloria de Dios Padre (cf Flp 2, 9-11).

2813 En el agua del bautismo, hemos sido "lavados, santificados,
justificados en el Nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro
Dios" (1 Co 6, 11). A lo largo de nuestra vida, nuestro Padre "nos
llama a la santidad" (1 Ts 4, 7) y como nos viene de él que "estemos
en Cristo Jesús, al cual hizo Dios para nosotros santificación" (1 Co 1,
30), es cuestión de su Gloria y de nuestra vida el que su Nombre sea
santificado en nosotros y por nosotros. Tal es la exigencia de nuestra primera
petición.

¿Quién podría santificar a Dios puesto que él santifica? Inspirándonos
nosotros en estas palabras 'Sed santos porque yo soy santo' (Lv 20, 26), pedimos
que, santificados por el bautismo, perseveremos en lo que hemos comenzado a ser.
Y lo pedimos todos los días porque faltamos diariamente y debemos purificar
nuestros pecados por una santificación incesante... Recurrimos, por tanto, a la
oración para que esta santidad permanezca en nosotros (San Cipriano, Dom orat.
12).

2814 Depende inseparablemente de nuestra vida y de nuestra
oración que su
Nombre sea santificado entre las naciones:

Pedimos a Dios santificar su Nombre porque él salva y santifica a toda la
creación por medio de la santidad... Se trata del Nombre que da la salvación
al mundo perdido pero nosotros pedimos que este Nombre de Dios sea santificado
en nosotros por nuestra vida. Porque si nosotros vivimos bien, el nombre divino
es bendecido; pero si vivimos mal, es blasfemado, según las palabras del
Apóstol: 'el nombre de Dios, por vuestra causa, es blasfemado entre las
naciones'(Rm 2, 24; Ez 36, 20-22). Por tanto, rogamos para merecer tener en
nuestras almas tanta santidad como santo es el nombre de nuestro Dios (San Pedro
Crisólogo, serm. 71).

Cuando decimos "santificado sea tu Nombre", pedimos que sea
santificado en nosotros que estamos en él, pero también en los otros a los que
la gracia de Dios espera todavía para conformarnos al precepto que nos obliga a

orar por todos
, incluso por nuestros enemigos. He ahí por qué no decimos
expresamente: Santificado sea tu Nombre 'en nosotros', porque pedimos que lo sea
en todos los hombres (Tertuliano, or. 3).

2815 Esta petición, que contiene a todas, es escuchada gracias a la
oración
de Cristo
, como las otras seis que siguen. La oración del Padre nuestro es
oración nuestra si se hace "en el Nombre" de Jesús (cf Jn 14, 13;
15, 16; 16, 24. 26). Jesús pide en su oración sacerdotal: "Padre santo,
cuida en tu Nombre a los que me has dado" (Jn 17, 11).

II Venga a nosotros tu
reino

2816 En el Nuevo Testamento, la palabra "basileia" se puede
traducir por realeza (nombre abstracto), reino (nombre concreto) o reinado (de
reinar, nombre de acción). El Reino de Dios está ante nosotros. Se aproxima en
el Verbo encarnado, se anuncia a través de todo el Evangelio, llega en la
muerte y la Resurrección de Cristo. El Reino de Dios adviene en la Ultima Cena
y por la Eucaristía está entre nosotros. El Reino de Dios llegará en la
gloria cuando Jesucristo lo devuelva a su Padre:

Incluso puede ser que el Reino de Dios signifique Cristo en persona, al cual
llamamos con nuestras voces todos los días y de quien queremos apresurar su
advenimiento por nuestra espera. Como es nuestra Resurrección porque
resucitamos en él, puede ser también el Reino de Dios porque en él reinaremos
(San Cipriano, Dom. orat. 13).

2817 Esta petición es el "Marana Tha", el grito del Espíritu y de
la Esposa: "Ven, Señor Jesús":

Incluso aunque esta oración no nos hubiera mandado pedir el advenimiento del
Reino, habríamos tenido que expresar esta petición , dirigiéndonos con
premura a la meta de nuestras esperanzas. Las almas de los mártires, bajo el
altar, invocan al Señor con grandes gritos: '¿Hasta cuándo, Dueño santo y
veraz, vas a estar sin hacer justicia por nuestra sangre a los habitantes de la
tierra?' (Ap 6, 10). En efecto, los mártires deben alcanzar la justicia al fin
de los tiempos. Señor, ¡apresura, pues, la venida de tu Reino! (Tertuliano,
or. 5).

2818 En la oración del Señor, se trata principalmente de la venida final
del Reino de Dios por medio del retorno de Cristo (cf Tt 2, 13). Pero este deseo
no distrae a la Iglesia de su misión en este mundo, más bien la compromete.
Porque desde Pentecostés, la venida del Reino es obra del Espíritu del Señor
"a fin de santificar todas las cosas llevando a plenitud su obra en el
mundo" (MR, plegaria eucarística IV).

2819 "El Reino de Dios es justicia y paz y gozo en el Espíritu
Santo" (Rm 14, 17). Los últimos tiempos en los que estamos son los de la
efusión del Espíritu Santo. Desde entonces está entablado un combate decisivo
entre "la carne" y el Espíritu (cf Ga 5, 16-25):

Solo un corazón puro puede decir con seguridad: '¡Venga a nosotros tu
Reino!'. Es necesario haber estado en la escuela de Pablo para decir: 'Que el
pecado no reine ya en nuestro cuerpo mortal' (Rm 6, 12). El que se conserva puro
en sus acciones, sus pensamientos y sus palabras, puede decir a Dios: '¡Venga
tu Reino!' (San Cirilo de Jerusalén, catech. myst. 5, 13).

2820 Discerniendo según el Espíritu, los cristianos deben distinguir entre
el crecimiento del Reino de Dios y el progreso de la cultura y la promoción de
la sociedad en las que están implicados. Esta distinción no es una
separación. La vocación del hombre a la vida eterna no suprime sino que
refuerza su deber de poner en práctica las energías y los medios recibidos del
Creador para servir en este mundo a la justicia y a la paz (cf GS 22; 32; 39;
45; EN 31).

2821 Esta petición está sostenida y escuchada en la oración
de Jesús (cf
Jn 17, 17-20), presente y eficaz en la Eucaristía; su fruto es la vida nueva
según las Bienaventuranzas (cf Mt 5, 13-16; 6, 24; 7, 12-13).

III Hágase
tu voluntad en la tierra como en el cielo

2822 La voluntad de nuestro Padre es "que todos los hombres se salven y
lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1 Tm 2, 3-4). El "usa de
paciencia, no queriendo que algunos perezcan" (2 P 3, 9; cf Mt 18, 14). Su
mandamiento que resume todos los demás y que nos dice toda su voluntad es que
"nos amemos los unos a los otros como él nos ha amado" (Jn 13, 34; cf
1 Jn 3; 4; Lc 10, 25-37).

2823 El nos ha dado a "conocer el Misterio de su voluntad según el
benévolo designio que en él se propuso de antemano ... : hacer que todo tenga
a Cristo por Cabeza ... a él por quien entramos en herencia, elegidos de
antemano según el previo designio del que realiza todo conforme a la decisión
de su Voluntad" (Ef 1, 9-11). Pedimos con insistencia que se realice
plenamente este designio benévolo, en la tierra como ya ocurre en el cielo.

2824 En Cristo, y por medio de su voluntad humana, la voluntad del Padre fue
cumplida perfectamente y de una vez por todas. Jesús dijo al entrar en el
mundo: " He aquí que yo vengo, oh Dios, a hacer tu voluntad" (Hb 10,
7; Sal 40, 7). Sólo Jesús puede decir: "Yo hago siempre lo que le agrada
a él" (Jn 8, 29). En la oración de su agonía, acoge totalmente esta
Voluntad: "No se haga mi voluntad sino la tuya" (Lc 22, 42; cf Jn 4,
34; 5, 30; 6, 38). He aquí por qué Jesús "se entregó a sí mismo por
nuestros pecados según la voluntad de Dios" (Ga 1, 4). "Y en virtud
de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para
siempre del cuerpo de Jesucristo" (Hb 10, 10).

2825 Jesús, "aun siendo Hijo, con lo que padeció, experimentó la
obediencia" (Hb 5, 8). ¡Con cuánta más razón la deberemos experimentar
nosotros, criaturas y pecadores, que hemos llegado a ser hijos de adopción en
él! Pedimos a nuestro Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo para
cumplir su voluntad, su designio de salvación para la vida del mundo. Nosotros
somos radicalmente impotentes para ello, pero unidos a Jesús y con el poder de
su Espíritu Santo, podemos poner en sus manos nuestra voluntad y decidir
escoger lo que su Hijo siempre ha escogido: hacer lo que agrada al Padre (cf Jn
8, 29):

Adheridos a Cristo, podemos llegar a ser un solo espíritu con él, y así
cumplir su voluntad: de esta forma ésta se hará tanto en la tierra como en el
cielo (Orígenes, or. 26).

Considerad cómo Jesucristo nos enseña a ser humildes, haciéndonos ver que
nuestra virtud no depende sólo de nuestro esfuerzo sino de la gracia de Dios.
El ordena a cada fiel que ora, que lo haga universalmente por toda la tierra.
Porque no dice 'Que tu voluntad se haga' en mí o en vosotros 'sino en toda la
tierra': para que el error sea desterrado de ella, que la verdad reine en ella,
que el vicio sea destruido en ella, que la virtud vuelva a florecer en ella y
que la tierra ya no sea diferente del cielo (San Juan Crisóstomo, hom. in Mt
19, 5).

2826 Por la oración, podemos "discernir cuál es la voluntad de
Dios" (Rm 12, 2; Ef 5, 17) y obtener "constancia para cumplirla"
(Hb 10, 36). Jesús nos enseña que se entra en el Reino de los cielos, no
mediante palabras, sino "haciendo la voluntad de mi Padre que está en los
cielos" (Mt 7, 21).

2827 "Si alguno cumple la voluntad de Dios, a ese le escucha" (Jn
9, 31; cf 1 Jn 5, 14). Tal es el poder de la oración de la Iglesia en el Nombre
de su Señor, sobre todo en la Eucaristía; es comunión de intercesión con la
Santísima Madre de Dios (cf Lc 1, 38. 49) y con todos los santos que han sido
"agradables" al Señor por no haber querido más que su Voluntad:

Incluso podemos, sin herir la verdad, cambiar estas palabras: 'Hágase tu
voluntad en la tierra como en el cielo' por estas otras: en la Iglesia como en
nuestro Señor Jesucristo; en la Esposa que le ha sido desposada, como en el
Esposo que ha cumplido la voluntad del Padre (San Agustín, serm. Dom. 2, 6,
24).

IV Danos hoy
nuestro pan de cada día

2828 "Danos": es hermosa la confianza de los hijos que esperan todo
de su Padre. "Hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos
e injustos" (Mt 5, 45) y da a todos los vivientes "a su tiempo su
alimento" (Sal 104, 27). Jesús nos enseña esta petición; con ella se
glorifica, en efecto, a nuestro Padre reconociendo hasta qué punto es Bueno
más allá de toda bondad.

2829 Además, "danos" es la expresión de la Alianza: nosotros
somos de El y él de nosotros, para nosotros. Pero este "nosotros" lo
reconoce también como Padre de todos los hombres, y nosotros le pedimos por
todos ellos, en solidaridad con sus necesidades y sus sufrimientos.

2830 "Nuestro pan". El Padre que nos da la vida no puede dejar de
darnos el alimento necesario para ella, todos los bienes convenientes,
materiales y espirituales. En el Sermón de la montaña, Jesús insiste en esta
confianza filial que coopera con la Providencia de nuestro Padre (cf Mt 6,
25-34). No nos impone ninguna pasividad (cf 2 Ts 3, 6-13) sino que quiere
librarnos de toda inquietud agobiante y de toda preocupación. Así es el
abandono filial de los hijos de Dios:

A los que buscan el Reino y la justicia de Dios, él les promete darles todo
por añadidura. Todo en efecto pertenece a Dios: al que posee a Dios, nada le
falta, si él mismo no falta a Dios. (S. Cipriano, Dom. orat. 21).

2831 Pero la existencia de hombres que padecen hambre por falta de pan revela
otra hondura de esta petición. El drama del hambre en el mundo, llama a los
cristianos que oran en verdad a una responsabilidad efectiva hacia sus hermanos,
tanto en sus conductas personales como en su solidaridad con la familia humana.
Esta petición de la Oración del Señor no puede ser aislada de las parábolas
del pobre Lázaro (cf Lc 16, 19-31) y del juicio final (cf Mt 25, 31-46).

2832 Como la levadura en la masa, la novedad del Reino debe fermentar la
tierra con el Espíritu de Cristo (cf AA 5). Debe manifestarse por la
instauración de la justicia en las relaciones personales y sociales,
económicas e internacionales, sin olvidar jamás que no hay estructura justa
sin seres humanos que quieran ser justos.

2833 Se trata de "nuestro" pan, "uno" para
"muchos": La pobreza de las Bienaventuranzas entraña compartir los
bienes: invita a comunicar y compartir bienes materiales y espirituales, no por
la fuerza sino por amor, para que la abundancia de unos remedie las necesidades
de otros (cf 2 Co 8, 1-15).

2834 "Ora et labora" (cf. San Benito, reg. 20; 48). "Orad como
si todo dependiese de Dios y trabajad como si todo dependiese de vosotros".
Después de realizado nuestro trabajo, el alimento continúa siendo don de
nuestro Padre; es bueno pedírselo, dándole gracias por él. Este es el sentido
de la bendición de la mesa en una familia cristiana.

2835 Esta petición y la responsabilidad que implica sirven además para otra
clase de hambre de la que desfallecen los hombres: "No sólo de pan vive el
hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de Dios" (Dt
8, 3; Mt 4, 4), es decir, de su Palabra y de su Espíritu. Los cristianos deben
movilizar todos sus esfuerzos para "anunciar el Evangelio a los
pobres". Hay hambre sobre la tierra, "mas no hambre de pan, ni sed de
agua, sino de oír la Palabra de Dios" (Am 8, 11). Por eso, el sentido
específicamente cristiano de esta cuarta petición se refiere al Pan de Vida:
la Palabra de Dios que se tiene que acoger en la fe, el Cuerpo de Cristo
recibido en la Eucaristía (cf Jn 6, 26-58).

2836 "Hoy" es también una expresión de confianza. El Señor nos
lo enseña (cf Mt 6, 34; Ex 16, 19); no hubiéramos podido inventarlo. Como se
trata sobre todo de su Palabra y del Cuerpo de su Hijo, este "hoy" no
es solamente el de nuestro tiempo mortal: es el Hoy de Dios:

Si recibes el pan cada día, cada día para ti es hoy. Si Jesucristo es para
ti hoy, todos los días resucita para ti. ¿Cómo es eso? 'Tú eres mi Hijo; yo
te he engendrado hoy' (Sal 2, 7). Hoy, es decir, cuando Cristo resucita (San
Ambrosio, sacr. 5, 26).

2837 "De cada día". La palabra griega, "epiousios", no
tiene otro sentido en el Nuevo Testamento. Tomada en un sentido temporal, es una
repetición pedagógica de "hoy" (cf Ex 16, 19-21) para confirmarnos
en una confianza "sin reserva". Tomada en un sentido cualitativo,
significa lo necesario a la vida, y más ampliamente cualquier bien suficiente
para la subsistencia (cf 1 Tm 6, 8). Tomada al pie de la letra [epiousios:
"lo más esencial"], designa directamente el Pan de Vida, el Cuerpo de
Cristo, "remedio de inmortalidad" (San Ignacio de Antioquía) sin el
cual no tenemos la Vida en nosotros (cf Jn 6, 53-56) Finalmente, ligado a lo que
precede, el sentido celestial es claro: este "día" es el del Señor,
el del Festín del Reino, anticipado en la Eucaristía, en que pregustamos el
Reino venidero. Por eso conviene que la liturgia eucarística se celebre
"cada día".

La Eucaristía es nuestro pan cotidiano. La virtud propia de este divino
alimento es una fuerza de unión: nos une al Cuerpo del Salvador y hace de
nosotros sus miembros para que vengamos a ser lo que recibimos... Este pan
cotidiano se encuentra, además, en las lecturas que oís cada día en la
Iglesia, en los himnos que se cantan y que vosotros cantáis. Todo eso es
necesario en nuestra peregrinación (San Agustín, serm. 57, 7, 7).

El Padre del cielo nos exhorta a pedir como hijos del cielo el Pan del cielo
(cf Jn 6, 51). Cristo "mismo es el pan que, sembrado en la Virgen,
florecido en la Carne, amasado en la Pasión, cocido en el Horno del sepulcro,
reservado en la Iglesia, llevado a los altares, suministra cada día a los
fieles un alimento celestial" (San Pedro Crisólogo, serm. 71)

V
Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden

2838 Esta petición es sorprendente. Si sólo comprendiera la primera parte
de la frase, -"perdona nuestras ofensas"- podría estar incluida,
implícitamente, en las tres primeras peticiones de la Oración del Señor, ya
que el Sacrificio de Cristo es "para la remisión de los pecados".
Pero, según el segundo miembro de la frase, nuestra petición no será
escuchada si no hemos respondido antes a una exigencia. Nuestra petición se
dirige al futuro, nuestra respuesta debe haberla precedido; una palabra las une:
"como".

Perdona nuestras ofensas...

2839 Con una audaz confianza hemos empezado a orar a nuestro Padre.
Suplicándole que su Nombre sea santificado, le hemos pedido que seamos cada vez
más santificados. Pero, aun revestidos de la vestidura bautismal, no dejamos de
pecar, de separarnos de Dios. Ahora, en esta nueva petición, nos volvemos a
él, como el hijo pródigo (cf Lc 15, 11-32) y nos reconocemos pecadores ante
él como el publicano (cf Lc 18, 13). Nuestra petición empieza con una
"confesión" en la que afirmamos al mismo tiempo nuestra miseria y su
Misericordia. Nuestra esperanza es firme porque, en su Hijo, "tenemos la
redención, la remisión de nuestros pecados" (Col 1, 14; Ef 1, 7). El
signo eficaz e indudable de su perdón lo encontramos en los sacramentos de su
Iglesia (cf Mt 26, 28; Jn 20, 23).

2840 Ahora bien, este desbordamiento de misericordia no puede penetrar en
nuestro corazón mientras no hayamos perdonado a los que nos han ofendido. El
Amor, como el Cuerpo de Cristo, es indivisible; no podemos amar a Dios a quien
no vemos, si no amamos al hermano, a la hermana a quien vemos (cf 1 Jn 4, 20).
Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su
dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre; en la confesión
del propio pecado, el corazón se abre a su gracia.

2841 Esta petición es tan importante que es la única sobre la cual el
Señor vuelve y explicita en el Sermón de la Montaña (cf Mt 6, 14-15; 5,
23-24; Mc 11, 25). Esta exigencia crucial del misterio de la Alianza es
imposible para el hombre. Pero "todo es posible para Dios".

... como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden

2842 Este "como" no es el único en la enseñanza de Jesús:
"Sed perfectos 'como' es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5, 48);
"Sed misericordiosos, 'como' vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6,
36); "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que
'como' yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los
otros" (Jn 13, 34). Observar el mandamiento del Señor es imposible si se
trata de imitar desde fuera el modelo divino. Se trata de una participación,
vital y nacida "del fondo del corazón", en la santidad, en la
misericordia, y en el amor de nuestro Dios. Sólo el Espíritu que es
"nuestra Vida" (Ga 5, 25) puede hacer nuestros los mismos sentimientos
que hubo en Cristo Jesús (cf Flp 2, 1. 5). Así, la unidad del perdón se hace
posible, "perdonándonos mutuamente 'como' nos perdonó Dios en
Cristo" (Ef 4, 32).

2843 Así, adquieren vida las palabras del Señor sobre el perdón, este Amor
que ama hasta el extremo del amor (cf Jn 13, 1). La parábola del siervo sin
entrañas, que culmina la enseñanza del Señor sobre la comunión eclesial (cf.
Mt 18, 23-35), acaba con esta frase: "Esto mismo hará con vosotros mi
Padre celestial si no perdonáis cada uno de corazón a vuestro hermano".
Allí es, en efecto, en el fondo "del corazón" donde todo se ata y se
desata. No está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el
corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y
purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión.

2844 La oración cristiana llega hasta el perdón de los
enemigos
(cf Mt 5,
43-44). Transfigura al discípulo configurándolo con su Maestro. El perdón es
cumbre de la oración cristiana; el don de la oración no puede recibirse más
que en un corazón acorde con la compasión divina. Además, el perdón da
testimonio de que, en nuestro mundo, el amor es más fuerte que el pecado. Los
mártires de ayer y de hoy dan este testimonio de Jesús. El perdón es la
condición fundamental de la reconciliación (cf 2 Co 5, 18-21) de los hijos de
Dios con su Padre y de los hombres entre sí (cf Juan Pablo II, DM 14).

2845 No hay límite ni medida en este perdón, esencialmente divino (cf Mt
18, 21-22; Lc 17, 3-4). Si se trata de ofensas (de "pecados" según Lc
11, 4, o de "deudas" según Mt 6, 12), de hecho nosotros somos siempre
deudores: "Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor" (Rm
13, 8). La comunión de la Santísima Trinidad es la fuente y el criterio de
verdad en toda relación (cf 1 Jn 3, 19-24). Se vive en la oración y sobre todo
en la Eucaristía (cf Mt 5, 23-24):

Dios no acepta el sacrificio de los que provocan la desunión, los despide
del altar para que antes se reconcilien con sus hermanos: Dios quiere ser
pacificado con oraciones de paz. La obligación más bella para Dios es nuestra
paz, nuestra concordia, la unidad en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de
todo el pueblo fiel (San Cipriano, Dom. orat. 23: PL 4, 535C-536A).

VI No nos
dejes caer en la tentación

2846 Esta petición llega a la raíz de la anterior, porque nuestros pecados
son los frutos del consentimiento a la tentación. Pedimos a nuestro Padre que
no nos "deje caer" en ella. Traducir en una sola palabra el texto
griego es difícil: significa "no permitas entrar en" (cf Mt 26, 41),
"no nos dejes sucumbir a la tentación". "Dios ni es tentado por
el mal ni tienta a nadie" (St 1, 13), al contrario, quiere librarnos del
mal. Le pedimos que no nos deje tomar el camino que conduce al pecado, pues
estamos empeñados en el combate "entre la carne y el Espíritu". Esta
petición implora el Espíritu de discernimiento y de fuerza.

2847 El Espíritu Santo nos hace discernir entre la prueba, necesaria para el
crecimiento del hombre interior (cf Lc 8, 13-15; Hch 14, 22; 2 Tm 3, 12) en
orden a una "virtud probada" (Rm 5, 3-5), y la tentación que conduce
al pecado y a la muerte (cf St 1, 14-15). También debemos distinguir entre
"ser tentado" y "consentir" en la tentación. Por último,
el discernimiento desenmascara la mentira de la tentación: aparentemente su
objeto es "bueno, seductor a la vista, deseable" (Gn 3, 6), mientras
que, en realidad, su fruto es la muerte.

Dios no quiere imponer el bien, quiere seres libres ... En algo la tentación
es buena. Todos, menos Dios, ignoran lo que nuestra alma ha recibido de Dios,
incluso nosotros. Pero la tentación lo manifiesta para enseñarnos a
conocernos, y así, descubrirnos nuestra miseria, y obligarnos a dar gracias por
los bienes que la tentación nos ha manifestado (Orígenes, or. 29).

2848 "No entrar en la tentación" implica una decisión del
corazón:
"Porque donde esté tu tesoro, allí también estará tu corazón
... Nadie puede servir a dos señores" (Mt 6, 21-24). "Si vivimos
según el Espíritu, obremos también según el Espíritu" (Ga 5, 25). El
Padre nos da la fuerza para este "dejarnos conducir" por el Espíritu
Santo. "No habéis sufrido tentación superior a la medida humana. Y fiel
es Dios que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes
bien, con la tentación os dará modo de poderla resistir con éxito" (1 Co
10, 13).

2849 Pues bien, este combate y esta victoria sólo son posibles con la
oración. Por medio de su oración, Jesús es vencedor del Tentador, desde el
principio (cf Mt 4, 11) y en el último combate de su agonía (cf Mt 26, 36-44).
En esta petición a nuestro Padre, Cristo nos une a su combate y a su agonía.
La vigilancia del corazón es recordada con insistencia en comunión con la suya
(cf Mc 13, 9. 23. 33-37; 14, 38; Lc 12, 35-40). La vigilancia es "guarda
del corazón", y Jesús pide al Padre que "nos guarde en su
Nombre" (Jn 17, 11). El Espíritu Santo trata de despertarnos continuamente
a esta vigilancia (cf 1 Co 16, 13; Col 4, 2; 1 Ts 5, 6; 1 P 5, 8). Esta
petición adquiere todo su sentido dramático referida a la tentación final de
nuestro combate en la tierra; pide la perseverancia final. "Mira que vengo
como ladrón. Dichoso el que esté en vela" (Ap 16, 15).

VII Y Líbranos del mal

2850 La última petición a nuestro Padre está también contenida en la
oración de Jesús: "No te pido que los retires del mundo, sino que los
guardes del Maligno" (Jn 17, 15). Esta petición concierne a cada uno
individualmente, pero siempre quien ora es el "nosotros", en comunión
con toda la Iglesia y para la salvación de toda la familia humana. La oración
del Señor no cesa de abrirnos a las dimensiones de la economía de la
salvación. Nuestra interdependencia en el drama del pecado y de la muerte se
vuelve solidaridad en el Cuerpo de Cristo, en "comunión con los
santos" (cf RP 16).

2851 En esta petición, el mal no es una abstracción, sino que designa una
persona, Satanás, el Maligno, el ángel que se opone a Dios. El
"diablo" ["dia-bolos"] es aquél que "se
atraviesa" en el designio de Dios y su obra de salvación cumplida en
Cristo.

2852 "Homicida desde el principio, mentiroso y padre de la mentira"
(Jn 8, 44), "Satanás, el seductor del mundo entero" (Ap 12, 9), es
aquél por medio del cual el pecado y la muerte entraron en el mundo y, por cuya
definitiva derrota, toda la creación entera será "liberada del pecado y
de la muerte" (MR, Plegaria Eucarística IV). "Sabemos que todo el que
ha nacido de Dios no peca, sino que el Engendrado de Dios le guarda y el Maligno
no llega a tocarle. Sabemos que somos de Dios y que el mundo entero yace en
poder del Maligno" (1 Jn 5, 18-19):

El Señor que ha borrado vuestro pecado y perdonado vuestras faltas también
os protege y os gua rda contra las astucias del Diablo que os combate para que
el enemigo, que tiene la costumbre de engendrar la falta, no os sorprenda. Quien
confía en Dios, no tema al Demonio. "Si Dios está con nosotros, ¿quién
estará contra nosotros?" (Rm 8, 31) (S. Ambrosio, sacr. 5, 30).

2853 La victoria sobre el "príncipe de este mundo" (Jn 14, 30) se
adquirió de una vez por todas en la Hora en que Jesús se entregó libremente a
la muerte para darnos su Vida. Es el juicio de este mundo, y el príncipe de
este mundo está "echado abajo" (Jn 12, 31; Ap 12, 11). "El se
lanza en persecución de la Mujer" (cf Ap 12, 13-16), pero no consigue
alcanzarla: la nueva Eva, "llena de gracia" del Espíritu Santo es
preservada del pecado y de la corrupción de la muerte (Concepción inmaculada y
Asunción de la santísima Madre de Dios, María, siempre virgen).
"Entonces despechado contra la Mujer, se fue a hacer la guerra al resto de
sus hijos" (Ap 12, 17). Por eso, el Espíritu y la Iglesia oran: "Ven,
Señor Jesús" (Ap 22, 17. 20) ya que su Venida nos librará del Maligno.

2854 Al pedir ser liberados del Maligno, oramos igualmente para ser liberados
de todos los males, presentes, pasados y futuros de los que él es autor o
instigador. En esta última petición, la Iglesia presenta al Padre todas las
desdichas del mundo. Con la liberación de todos los males que abruman a la
humanidad, implora el don precioso de la paz y la gracia de la espera
perseverante en el retorno de Cristo. Orando así, anticipa en la humildad de la
fe la recapitulación de todos y de todo en Aquél que "tiene las llaves de
la Muerte y del Hades" (Ap 1,18), "el Dueño de todo, Aquél que es,
que era y que ha de venir" (Ap 1,8; cf Ap 1, 4):

Líbranos de todos los males, Señor, y concédenos la paz en nuestros días,
para que, ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y
protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de
nuestro Salvador Jesucristo (MR, Embolismo).