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La universidad según Benedicto XVI

La vocación original del Papa, si cabe afirmarlo así, es la universidad. Obviamente su llamado es a ser Santo Padre, y el llamado original a ser sacerdote. Pero la inclinación humana más acendrada en la personalidad del Pontífice, es la inclinación al estudio y la enseñanza. Su lema, primero episcopal y más tarde pontificio, no deja espacio a equívocos: “Cooperatores veritatis” (cooperador de la verdad). A lo largo de su pontificado ha dirigido sendos discursos a la universidad y en la universidad: baste pensar en el pronunciado en la Universidad de Ratisbona, que tanto revuelo causó, y en el polémico “enviado”, pero no “pronunciado” a la Universidad “La Sapienza” de Roma. Curiosamente (“nadie es profeta en su tierra”), en ambos casos su mensaje estuvo envuelto en enojosas polémicas.
En un contexto más distendido, menos polémico, Benedicto XVI se dirigió a los profesores universitarios españoles. El texto es breve, pero deja ver lo que podríamos llamar una crítica pontificia a la universidad tal como se está configurando en la actualidad, y los retos o tareas que tiene pendientes: las posibilidades y esperanzas que con ella nacen o con ella naufragan. Dos partes una crítica y otra propositiva que no deberían dejar de tomar en consideración aquellos que dirigen los destinos de estas instituciones educativas, independientemente del credo que profesen, dado que el consejo viene de buena mano: un profesor con experiencia, consolidado, un auténtico maestro, de los que ya van quedando tan pocos, de aquellos a los cuales los estudiantes gustaban de asistir a sus clases para ver en qué temas estaba profundizando en ese momento.
La primera critica es más bien obvia: “A veces se piensa que la misión de un profesor universitario sea hoy exclusivamente la de formar profesionales competentes y eficaces que satisfagan la demanda laboral en cada preciso momento. También se dice que lo único que se debe privilegiar en la presente coyuntura es la mera capacitación técnica. Ciertamente, cunde en la actualidad esa visión utilitarista de la educación”. Se ha empobrecido el concepto de “educar”, y en el fondo sólo se busca formar “profesionales en serie” y no “en serio”, en el fondo producir “un ladrillo más en la pared” en expresión “pinkfloydiana”, un engranaje más, alguien que produzca, eficaz, pero mejor que no piense por sí mismo.
Los costos de esta visión reductiva de la universidad no son pocos: “Sabemos que cuando la sola utilidad y el pragmatismo inmediato se erigen como criterio principal, las pérdidas pueden ser dramáticas: desde los abusos de una ciencia sin límites, más allá de ella misma, hasta el totalitarismo político que se aviva fácilmente cuando se elimina toda referencia superior al mero cálculo de poder. En cambio, la genuina idea de Universidad es precisamente lo que nos preserva de esa visión reduccionista y sesgada de lo humano”. Como siempre la verdad libera y engrandece; como ya nos vamos acostumbrando son de nuevo los Romanos Pontífices los únicos “ingenuos” que quieren hacernos creer que el hombre es todavía capaz de verdad y que no debe resignarse (en una especie de castración intelectual) a prescindir de ella en su vida y en su mundo.
Lo que propone el pontífice en realidad no es nuevo: es lo más antiguo, pero quizá se ha olvidado, se ha perdido en el fondo de infinitas estanterías bibliotecarias: hay que buscar la verdad. “En efecto, la Universidad ha sido, y está llamada a ser siempre, la casa donde se busca la verdad propia de la persona humana. Por ello, no es casualidad que fuera la Iglesia quien promoviera la institución universitaria, pues la fe cristiana nos habla de Cristo como el Logos por quien todo fue hecho (cf. Jn 1,3), y del ser humano creado a imagen y semejanza de Dios. Esta buena noticia descubre una racionalidad en todo lo creado y contempla al hombre como una criatura que participa y puede llegar a reconocer esa racionalidad. La Universidad encarna, pues, un ideal que no debe desvirtuarse ni por ideologías cerradas al diálogo racional, ni por servilismos a una lógica utilitarista de simple mercado, que ve al hombre como mero consumidor”.