Pasar al contenido principal

A la Tierra de las Pirámides

Un viajero del tiempo de Jesús que visitaba las pirámides no las encontraba en mejores condiciones que lo hace un turista moderno, pues las pirámides fueron las reliquias de dinastías 3.000 años anteriores a Cristo. No es muy probable que María y José ni siquiera las hayan visto, pues seguramente huyeron a Alejandría donde ya había una gran comunidad judía desde hacía años.

Parece ser que Dios Padre no quería que María echara raíces en ninguna parte. Le hubiera haber gustado dar a luz en Nazaret donde estaba su familia y la de José, pero la Providencia quería que fuese en Belén. Parece ser que consiguieron una casa en Belén porque los Magos “entraron en la casa.” Además Herodes iba a mandar matar a todos los niños de 2 años para abajo, lo que nos da a entender que ya habían pasado 1 o 2 años en Belén. Pronto tendrían que trasladarse a otro sitio. María es una peregrina en la fe al estilo de Abraham que iba a donde Dios le iba indicando.

Cuando uno hace un viaje le gusta tener una idea clara de todo el itinerario. A nadie le gusta aventurarse para ver “que sale.” María se convierte de repente en una refugiada en tierra extranjera. Dijimos antes que ella se identificaba totalmente con su pueblo, el pueblo de Dios. El tener que ir a Egipto tenía su elemento de humillación porque era precisamente del Egipto que Dios había librado a su pueblo.

La Virgen de Nazaret llevaba una espada clavada en su corazón: el recuerdo de la matanza de los bebés de sus amigas en Belén. Como en todos los pueblos pequeños todo el mundo se conoce y especialmente las mamás más jóvenes. Conocía muy bien a todos los recién nacidos. María llevaba en su mente las imágenes de unos 20 ó 30 niños pasados a cuchillo por los soldados herodianos.

El sentir que uno es responsable del sufrimiento ajeno es un dolor muy grande. Pensemos en un chofer de camión que causa un accidente y mata a muchas personas. María de alguna manera se siente la causa de la muerte de los bebés de sus amigas porque murieron por razón de la envidia del rey hacia su Hijo. Su sufrimiento moral seguramente fue inmenso y le quitó muchas noches de sueño. De nuevo ella se refugiaba en la bondad de Dios que no deja de hacerse solidario con el hombre.