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La sabiduria de la cruz

−¿Por qué me pasa esto a mí…, y precisamente ahora?
−Porque es lo que Dios precisamente quiere.
Santa Teresa de Jesús le decía al Señor: “O padecer o morir”. Nosotros le decimos: “Mejor morir que padecer” porque nos falta fe y pedirle al Señor entender el sentido de la Cruz en nuestra vida. Hay que pedirle a Dios que agrande nuestro corazón y que nos dé una alegría profunda. Dice un Santo que el amor que no nace de meditar la Pasión del Señor es un amor tibio.
Santa Margarita María de Alacoque cuenta: “Un día se me apareció el Sagrado Corazón y me dijo: ¿Cuál prefieres de estas dos gracias?: La salud del cuerpo, la alegría del alma debida a la confianza de tus superioras, la estima y el afecto de tus compañeras y el aprecio de la gente, o, la enfermedad, la prueba de la desconfianza de tus superioras, el desprecio de tus compañeras y cien sufrimientos más”. Como Margarita María era inteligente le contestó al Sagrado Corazón: “Tú elige por mí”. Y Jesús le respondió: “por elijo la Cruz para ti porque el camino de la Cruz es el que más me gusta, pues por él es como más os parecéis a mí”. En ese momento vio los sufrimientos de su vida y tembló, pero pensó: “Cuando un alma ama, le da al amado lo más precioso que posee. Cuando Dios ama, da el paraíso, y fuera del paraíso, nada hay más precioso que la Cruz”.
Cuando habló de esta revelación a su superiora, ésta le pidió que lo pusiera por escrito para la Diócesis. Los que la leyeron se pusieron en contra suya, alguno pensó que era fanática o sujeto de una posesión diabólica. Un sacerdote procedió incluso a una ceremonia de exorcismo, según ella misma relata. Y se extendió el rumor de que sor Margarita estaba poseída. Todos se alejaban de ella como del espíritu del mal. El P. Claudio de la Colombière –director espiritual de la monja- la apoyó, declaró que la devoción al Sagrado Corazón era querida por el mismo Jesús. Un cardenal se le opuso a este sacerdote porque la consideraba simuladora.
“Todos se hacían sufrir –confió ella- y me colmaban de desprecios. Sin la ayuda de Dios, no habría podido vivir”. Esta situación duró veinte años. Gracias a este sufrimiento pudo extenderse en el mundo la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.
El discípulo de Cristo toma lo que posee como administrador, no como dueño. Hay cosas a las que no se puede renunciar como: la naturaleza humana, las cualidades y talentos, la facilidad de traro; pero el Señor nos pide que subordinemos esas cualidades a lo que Él quiere; así vamos siendo mejores que es lo que más importa, y después nos dará el Cielo.
Jesús nos hace ver que tenemos plena libertad de seguirlo o no seguirlo. El que tiene algo siempre va a querer más: somos insaciables, por eso cada uno se tiene que medir.
El amor humano es lo más valioso que el hombre puede tener sobre la tierra, y es capaz de renunciar a él por amor a Dios. Cuando nos decidimos a ello, Dios nos da su gracia. Lo más difícil es renunciar a uno mismo, al propio yo: al capricho, al egoísmo. A donde voy, me llevo. Queremos que nuestro yo sea exaltado, amado, admirado; y Dios nos pide la conciencia de nuestra nada, de nuestra indigencia. Nada podemos sin Él. El amor a Dios no se fabrica, se suplica. La mayor grandeza del hombre consiste en amar a Dios. Cuando no se cultiva el amor a Dios a través del trato y de los sacramentos, se puede meter en nuestra vida la tristeza y el afán de buscar compensaciones.
El amor de Dios nunca desilusiona, pero es necesario pedirlo a Dios para tenerlo. Una de las cosas que facilita que amemos a Dios es meditar la Pasión de nuestro Señor Jesucristo porque allí consideramos todo lo que sufrió por cada uno de nosotros.
A todos nos cuesta decidirnos a llevar la Cruz con Cristo. Se trata de llevar la Cruz de Cristo no la de nuestra soberbia o de las propias deficiencias. La Cruz es el camino que Cristo siguió; la Cruz es un medio no un fin; es un medio que termina en la salvación, en el paraíso. Si tomamos el camino de los placeres sin Dios, se sufre aquí y se sufre allá en el infierno. Una persona nos podría decir: “Eso del infierno no me gusta; no quiero pensar en él”. Podríamos contestarle: “Yo no lo inventé. Hay 23 referencias a él en el Nuevo Testamento”. Estamos hechos para gozar de Dios. La felicidad se obtiene siguiendo el programa que Jesús nos propone –los Mandamientos y el amor ordenado- y perdiendo el miedo a la Cruz.