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Juan Pablo II: Beato ¡Ya!

 

Ante el anuncio de la muerte de Juan Pablo II, esperada ya por su pública agonía, los fieles que se encontraban en la Plaza de San Pedro en el Vaticano, lo lloraron junto con todo el mundo, pero de inmediato se expresaron: “¡Santo súbito!”. Quienes desplegaron mantas en ese sentido interpretaron acertadamente el sentir de la mayoría de los católicos en el mundo –nunca faltan las excepciones y los enemigos (fuego amigo, decimos en México)-. Hoy Juan Pablo II va, ya, a los altares como beato, primero paso para ser proclamado santo. Ha sido publicado, tras la aprobación del Papa Benedicto XVI, el decreto de la beatificación y la ceremonia será el próximo primero de mayo.

¿Quién no esperaba y deseaba este momento? Solo quienes, desde siempre, fueron sus enemigos, por fortuna pocos, pues muchos no católicos reconocieron en él a un hombre que impactó a la sociedad mundial y dejó su huella en la historia del Siglo XX, para bien. Así quedó de manifiesto en sus exequias.

Los mexicanos en particular lo llevamos en la mente y el corazón. ¿Quién que haya estado en contacto con él, aunque fuera para verlo pasar en el papamóvil, no se conmovió con su presencia? Los testimonios de quienes afirmaban: “me vio, se fijó en mí”, son numerosos. Cada uno se sentía visto y atendido en particular. ¿Y qué decir de quienes acudieron a sus audiencias, lo escucharon personalmente o le dieron la mano? Muchos “ateos”, escépticos o indiferentes luchaban a brazo partido por poder saludarlo o, cuando menos, tocarlo. Me consta.

En lo personal fui privilegiado de estar cerca de él en numerosos encuentros y ser de aquellos a quienes dio la mano y, por supuesto, la bendición. Viví “el día de México”, aquél 25 de enero de 1979, en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, cuando nos habló de la fidelidad y nos conminó a ser siempre fieles. Estuve con él en Puebla, cuando con precisión expresó a los obispos las líneas pastorales para América Latina, en la Conferencia del Episcopado Mexicano. Ahí quedó clara la doctrina frente a quienes promovían las versiones de la iglesia popular y la teología de la liberación. Estuve en la apertura del Año Santo del nuevo siglo y, entre otras reuniones, en la canonización de los mártires de la persecución religiosa en el año 2000. ¡Qué experiencias! Inolvidables. Igual que sus visitas a México. La canonización de Juan Diego y el encuentro en el Estado Azteca fueron memorables.

Cada uno tiene su propia vivencia. Pero, además, el cúmulo de su doctrina es rico y cubre prácticamente todas las expresiones de la vida cristiana. En particular a nosotros, los laicos, nos enriqueció con su exhortación apostólica Christi fideles laici, donde recopiló y enriqueció la doctrina sobre nuestro lugar y papel en la vida de la Iglesia.

Es poco lo que se puede agregar y abundar sobre lo mucho que se escribió a raíz de su muerte y lo que se ha venido recordando, año con año, en el aniversario de la misma, en películas, testimonios y escritos. No hay olvido, hay memoria. Se le ama en tiempo presente. Nos enseñó a no tener miedo, a abrir las puertas a Cristo, a proclamarlo en las plazas, en los medios, en todo lugar y oportunidad. La fuerza de su mensaje transformó a muchos hombres y mujeres, a sociedades enteras, los equilibrios sociales y la geografía política de su tiempo. Hoy ya puede rendírsele culto público, pues modelo de cristiano ha sido desde que lo conocimos.

Cabe recoger aquí, de manera sintética, lo que expresa el decreto para su beatificación, antes de que en el mismo se haga un repaso de su persona y su obra: “La reacción mundial a su estilo de vida, al desarrollo de misión apostólica, al modo como soportó su sufrimiento, la decisión de continuar su misión petrina hasta el final como querida por la divida Providencia, y finalmente, la reacción a su muerte, la popularidad de la aclamación “¡Santo, ya!”, que algunos hicieron el día de su funeral, todo ello es base sólida en la experiencia de haberse encontrado con la persona que era el Papa. Los fieles sintieron, experimentaron que era un “hombre de Dios”, que realmente ve los pasos concretos y los mecanismos del mundo contemporáneo “en Dios”, en la perspectiva de Dios, con los ojos de un místico que alza los ojos sólo a Dios. Fue claramente un hombre de oración: tanto es así que, sólo en la dinámica de unión personal con Dios, de la escucha permanente a los que Dios quiere decir en una situación concreta, fluía la entera actividad del papa Juan Pablo II.”

A quienes lo amamos y lo admiramos no son queda otra que ser fieles como nos pidió y como le ofrecimos serlo en el Encuentro con las Generaciones en el Estado Azteca y ello implica ser congruentes. Demos gracias a Dios por su persona, por su vida, por su ejemplo y su pontificado.