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En la plenitud de los tiempos

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CUARTA PARTE
LA ORACIÓN CRISTIANA

PRIMERA SECCIÓN 
LA ORACIÓN EN LA VIDA CRISTIANA

CAPÍTULO PRIMERO
LA REVELACIÓN DE LA ORACIÓN

ARTÍCULO 2
EN LA PLENITUD DE LOS TIEMPOS

2598 El drama de la oración se nos revela plenamente en el
Verbo que se ha hecho carne y que habita entre nosotros. Intentar comprender su
oración, a través de lo que sus testigos nos dicen en el Evangelio, es
aproximarnos al Santo Señor Jesús como a la Zarza ardiendo: primero
contemplando a él mismo en oración y después escuchando cómo nos enseña a
orar, para conocer finalmente cómo acoge nuestra plegaria.

Jesús ora

2599 El Hijo de Dios hecho hombre también aprendió a orar
conforme a su corazón de hombre. El aprende de su madre las fórmulas de
oración; de ella, que conservaba toas las "maravillas " del
Todopoderoso y las meditaba en su corazón (cf Lc 1, 49; 2, 19; 2, 51). Lo
aprende en las palabras y en los ritmos de la oración de su pueblo, en la
sinagoga de Nazaret y en el Templo. Pero su oración brota de una fuente secreta
distinta, como lo deja presentir a la edad de los doce años: "Yo debía
estar en las cosas de mi Padre" (Lc 2, 49). Aquí comienza a revelarse la
novedad de la oración en la plenitud de los tiempos: la oración filial, que el
Padre esperaba de sus hijos va a ser vivida por fin por el propio Hijo único en
su Humanidad, con y para los hombres.

2600 El Evangelio según San Lucas subraya la acción del
Espíritu Santo y el sentido de la oración en el ministerio de Cristo. Jesús
ora antes de los momentos decisivos de su misión: antes de que el Padre dé
testimonio de él en su Bautismo (cf Lc 3, 21) y de su Transfiguración (cf Lc
9, 28), y antes de dar cumplimiento con su Pasión al Plan amoroso del Padre (cf
Lc 22, 41-44); ora también ante los momentos decisivos que van a comprometer la
misión de sus Apóstoles: antes de elegir y de llamar a los Doce (cf Lc 6, 12),
antes de que Pedro lo confiese como "el Cristo de Dios" (Lc 9, 18-20)
y para que la fe del príncipe de los Apóstoles no desfallezca ante la
tentación (cf Lc 22, 32). La oración de Jesús ante los acontecimientos de
salvación que el Padre le pide es una entrega, humilde y confiada, de su
voluntad humana a la voluntad amorosa del Padre.

2601 "Estando él orando en cierto lugar, cuando terminó,
le dijo uno de sus discípulos: `Maestro, enséñanos a orar'" (Lc 11, 1).
Es, sobre todo, al contemplar a su Maestro en oración, cuando el discípulo de
Cristo desea orar. Entonces, puede aprender del Maestro de la oración.
Contemplando
y escuchando al Hijo, los hijos aprenden a orar al Padre.

2602 Jesús se aparta con frecuencia a la soledad en la
montaña, con preferencia por la noche, para orar (cf Mc 1, 35; 6, 46; Lc 5,
16). Lleva a los hombres en su oración, ya que también asume la humanidad en
la Encarnación, y los ofrece al Padre, ofreciéndose a sí mismo. El, el Verbo
que ha "asumido la carne", comparte en su oración humana todo lo que
viven "sus hermanos" (Hb 2, 12); comparte sus debilidades para
librarlos de ellas (cf Hb 2, 15; 4, 15). Para eso le ha enviado el Padre. Sus
palabras y sus obras aparecen entonces como la manifestación visible de su
oración "en lo secreto".

2603 Los evangelistas han conservado dos oraciones más
explícitas de Cristo durante su ministerio. Cada una de el las comienza
precisamente con la acción de gracias. En la primera (cf Mt 11, 25-27 y Lc 10,
21-23), Jesús confiesa al Padre, le da gracias y lo bendice porque ha escondido
los misterios del Reino a los que se creen doctos y los ha revelado a los
"pequeños" (los pobres de las Bienaventuranzas). Su conmovedor
"¡Sí, Padre!" expresa el fondo de su corazón, su adhesión al
querer del Padre, de la que fue un eco el "Fiat" de Su Madre en el
momento de su concepción y que preludia lo que dirá al Padre en su agonía.
Toda la oración de Jesús está en esta adhesión amorosa de su corazón de
hombre al "misterio de la voluntad" del Padre (Ef 1, 9).

2604 La segunda oración es narrada por San Juan (cf Jn 11,
41-42) en el pasaje de la resurrección de Lázaro. La acción de gracias
precede al acontecimiento: "Padre, yo te doy gracias por haberme
escuchado", lo que implica que el Padre escucha siempre su súplica; y
Jesús añade a continuación: "Yo sabía bien que tú siempre me
escuchas", lo que implica que Jesús, por su parte, pide de una manera
constante. Así, apoyada en la acción de gracias, la oración de Jesús nos
revela cómo pedir: antes de que la petición sea otorgada, Jesús se adhiere a
Aquél que da y que se da en sus dones. El Dador es más precioso que el don
otorgado, es el "tesoro", y en El está el corazón de su Hijo; el don
se otorga como "por añadidura" (cf Mt 6, 21. 33).

La oración "sacerdotal" de Jesús (cf. Jn 17) ocupa
un lugar único en la Economía de la salvación. (Su explicación se hace al
final de esta primera sección) Esta oración, en efecto, muestra el carácter
permanente de la plegaria de nuestro Sumo Sacerdote, y al mismo tiempo contiene
lo que Jesús nos enseña en la oración del Padrenuestro (la cual se explica en
la sección segunda).

2605 Cuando llega la hora de realizar el plan amoroso del Padre,
Jesús deja entrever la profundidad insondable de su plegaria filial, no solo
antes de entregarse libremente ("Abbá ...no mi voluntad, sino la
tuya": Lc 22, 42), sino hasta en sus últimas palabras en la Cruz, donde
orar y entregarse son una sola cosa: "Padre, perdónales, porque no saben
lo que hacen" (Lc 23, 34); "Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el
Paraíso" (Lc 24,43); "Mujer, ahí tienes a tu Hijo" - "Ahí
tienes a tu madre" (Jn 19, 26-27); "Tengo sed" (Jn 19, 28);
"¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?" (Mc 15, 34; cf
Sal 22, 2); "Todo está cumplido" (Jn 19, 30); "Padre, en tus
manos pongo mi espíritu" (Lc 23, 46), hasta ese "fuerte grito"
cuando expira entregando el espíritu (cf Mc 15, 37; Jn 19, 30b).

2606 Todos los infortunios de la humanidad de todos los tiempos,
esclava del pecado y de la muerte, todas las súplicas y las intercesiones de la
historia de la salvación están recogidas en este grito del Verbo encarnado. He
aquí que el Padre las acoge y, por encima de toda esperanza, las escucha al
resucitar a su Hijo. Así se realiza y se consuma el drama de la oración en la
Economía de la creación y de la salvación. El salterio nos da la clave para
su comprensión en Cristo. Es en el "hoy" de la Resurrección cuando
dice el Padre: "Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy. Pídeme, y te

daré
en herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra"
(Sal 2, 7-8; cf Hch 13, 33).

La carta a los Hebreos expresa en términos dramáticos cómo
actúa la plegaria de Jesús en la victoria de la salvación: "El cual,
habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso
clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su
actitud reverente, y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la
obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación
eterna para todos los que le obedecen" (Hb 5, 7-9).

Jesús enseña a orar

2607 Cuando Jesús ora, ya nos enseña a orar. El camino
teologal de nuestra oración es su oración a su Padre. Pero el Evangelio nos
entrega una enseñanza explícita de Jesús sobre la oración. Como un pedagogo,
nos toma donde estamos y, progresivamente, nos conduce al Padre. Dirigiéndose a
las multitudes que le siguen, Jesús comienza con lo que ellas ya saben de la
oración por la Antigua Alianza y las prepara para la novedad del Reino que
está viniendo. Después les revela en parábolas esta novedad. Por último, a
sus discípulos que deberán ser los pedagogos de la oración en su Iglesia, les
hablará abiertamente del Padre y del Espíritu Santo.

2608 Ya en el Sermón de la Montaña, Jesús insiste en la

conversión del corazón
: la reconciliación con el hermano antes de presentar
una ofrenda sobre el altar (cf Mt 5, 23-24), el amor a los enemigos y la
oración por los perseguidores (cf Mt 5, 44-45), orar al Padre "en lo
secreto" (Mt 6, 6), no gastar muchas palabras (cf Mt 6, 7), perdonar desde
el fondo del corazón al orar (cf, Mt 6, 14-15), la pureza del corazón y la
búsqueda del Reino (cf Mt 6, 21. 25. 33). Esta conversión está toda ella
polarizada hacia el Padre, es filial.

2609 Decidido así el corazón a convertirse, aprende a orar en
la fe. La fe es una adhesión filial a Dios, más allá de lo que nosotros
sentimos y comprendemos. Se ha hecho posible porque el Hijo amado nos abre el
acceso al Padre. Puede pedirnos que "busquemos" y que
"llamemos" porque él es la puerta y el camino (cf Mt 7, 7-11. 13-14).

2610 Del mismo modo que Jesús ora al Padre y le da gracias
antes de recibir sus dones, nos enseña esta audacia filial: "todo cuanto
pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido" (Mc 11, 24). Tal
es la fuerza de la oración, "todo es posible para quien cree" (Mc 9,
23), con una fe "que no duda" (Mt 21, 22). Tanto como Jesús se
entristece por la "falta de fe" de los de Nazaret (Mc 6, 6) y la
"poca fe" de sus discípulos (Mt 8, 26), así se admira ante la
"gran fe" del centurión romano (cf Mt 8, 10) y de la cananea (cf Mt
15, 28).

2611 La oración de fe no consiste solamente en decir
"Señor, Señor", sino en disponer el corazón para hacer la voluntad
del Padre
(Mt 7, 21). Jesús invita a sus discípulos a llevar a la oración
esta voluntad de cooperar con el plan divino (cf Mt 9, 38; Lc 10, 2; Jn 4, 34).

2612 En Jesús "el Reino de Dios está próximo",
llama a la conversión y a la fe pero también a la vigilancia. En la oración,
el discípulo espera atento a aquél que "es y que viene", en el
recuerdo de su primera venida en la humildad de la carne, y en la esperanza de
su segundo advenimiento en la gloria (cf Mc 13; Lc 21, 34-36). En comunión con
su Maestro, la oración de los discípulos es un combate, y velando en la
oración es como no se cae en la tentación (cf Lc 22, 40. 46).

2613 S. Lucas nos ha trasmitido tres parábolas principales
sobre la oración:

La primera, "el amigo importuno" (cf Lc 11, 5-13),
invita a una oración insistente: "Llamad y se os abrirá". Al que ora
así, el Padre del cielo "le dará todo lo que necesite", y sobre todo
el Espíritu Santo que contiene todos los dones.

La segunda, "la viuda importuna" (cf Lc 18, 1-8),
está centrada en una de las cualidades de la oración: es necesario orar
siempre, sin cansarse, con la paciencia de la fe. "Pero, cuando el Hijo del
hombre venga, ¿encontrará fe sobre la tierra?"

La tercera parábola, "el fariseo y el publicano" (cf
Lc 18, 9-14), se refiere a la humildad del corazón que ora. "Oh Dios, ten
compasión de mí que soy pecador". La Iglesia no cesa de hacer suya esta
oración: "¡Kyrie eleison!".

2614 Cuando Jesús confía abiertamente a sus discípulos el
misterio de la oración al Padre, les desvela lo que deberá ser su oración, y
la nuestra, cuando haya vuelto, con su humanidad glorificada, al lado del Padre.
Lo que es nuevo ahora es "pedir en su Nombre" (Jn 14, 13). La fe en El
introduce a los discípulos en el conocimiento del Padre porque Jesús es
"el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14, 6). La fe da su fruto en el
amor: guardar su Palabra, sus mandamientos, permanecer con El en el Padre que
nos ama en El hasta permanecer en nosotros. En esta nueva Alianza, la certeza de
ser escuchados en nuestras peticiones se funda en la oración de Jesús (cf Jn
14, 13-14).

2615 Más todavía, lo que el Padre nos da cuando nuestra
oración está unida a la de Jesús, es "otro Paráclito, para que esté
con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad" (Jn 14, 16-17). Esta
novedad de la oración y de sus condiciones aparece en todo el Discurso de
despedida (cf Jn 14, 23-26; 15, 7. 16; 16, 13-15; 16, 23-27). En el Espíritu
Santo, la oración cristiana es comunión de amor con el Padre, no solamente por
medio de Cristo, sino también en El: "Hasta ahora nada le habéis pedido
en mi Nombre. Pedid y recibiréis para que vuestro gozo sea perfecto" (Jn
16, 24).

Jesús escucha la oración

2616 La oración a Jesús ya ha sido escuchada por él durante
su ministerio, a través de los signos que anticipan el poder de su muerte y de
su resurrección: Jesús escucha la oración de fe expresada en palabras (el
leproso: cf Mc 1, 40-41; Jairo: cf Mc 5, 36; la cananea: cf Mc 7, 29; el buen
ladrón: cf Lc 23, 39-43), o en silencio (los portadores del paralítico: cf Mc
2, 5; la hemorroísa que toca su vestido: cf Mc 5, 28; las lágrimas y el
perfume de la pecadora: cf Lc 7, 37-38). La petición apremiante de los ciegos:
"¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!" (Mt 9, 27) o "¡Hijo
de David, ten compasión de mí!" (Mc 10, 48) ha sido recogida en la
tradición de la Oración a Jesús: "¡Jesús, Cristo, Hijo de Dios,
Señor, ten piedad de mí, pecador!" Curando enfermedades o perdonando
pecados, Jesús siempre responde a la plegaria que le suplica con fe: "Ve
en paz, ¡tu fe te ha salvado!".

San Agustín resume admirablemente las tres dimensiones de la
oración de Jesús: "Orat pro nobis ut sacerdos noster, orat in nobis ut
caput nostrum, oratur a nobis ut Deus noster. Agnoscamus ergo et in illo voces
nostras et voces eius in nobis" ("Ora por nosotros como sacerdote
nuestro; ora en nosotros como cabeza nuestra; a El dirige nuestra oración como
a Dios nuestro. Reconozcamos, por tanto, en El nuestras voces; y la voz de El,
en nosotros", Sal 85, 1; cf IGLH 7).

La oración de la Virgen María

2617 La oración de María se nos revela en la aurora de la
plenitud de los tiempos. Antes de la encarnación del Hijo de Dios y antes de la
efusión del Espíritu Santo, su oración coopera de manera única con el
designio amoroso del Padre: en la anunciación, para la concepción de Cristo
(cf Lc 1, 38); en Pentecostés para la formación de la Iglesia, Cuerpo de
Cristo (cf Hch 1, 14). En la fe de su humilde esclava, el don de Dios encuentra
la acogida que esperaba desde el comienzo de los tiempos. La que el Omnipotente
ha hecho "llena de gracia" responde con la ofrenda de todo su ser:
"He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra". Fiat, ésta es la oración cristiana: ser todo de El, ya que El es todo nuestro.

2618 El Evangelio nos revela cómo María ora e intercede en la
fe: en Caná (cf Jn 2, 1-12) la madre de Jesús ruega a su hijo por las
necesidades de un banquete de bodas, signo de otro banquete, el de las bodas del
Cordero que da su Cuerpo y su Sangre a petición de la Iglesia, su Esposa. Y en
la hora de la nueva Alianza, al pie de la Cruz, María es escuchada como la
Mujer, la nueva Eva, la verdadera "madre de los que viven".

2619 Por eso, el cántico de María (cf Lc 1, 46-55; el
"Magnificat" latino, el "Megalynei" bizantino) es a la vez
el cántico de la Madre de Dios y el de la Iglesia, cántico de la Hija de Sión
y del nuevo Pueblo de Dios, cántico de acción de gracias por la plenitud de
gracias derramadas en la Economía de la salvación, cántico de los
"pobres" cuya esperanza ha sido colmada con el cumplimiento de las
promesas hechas a nuestros padres "en favor de Abraham y su descendencia,
para siempre".

Resumen

2620 En el Nuevo Testamento el modelo perfecto de oración se
encuentra en la oración filial de Jesús. Hecha con frecuencia en la soledad,
en lo secreto, la oración de Jesús entraña una adhesión amorosa a la
voluntad del Padre hasta la cruz y una absoluta confianza en ser escuchada.

2621 En su enseñanza, Jesús instruye a sus discípulos para
que oren con un corazón purificado, una fe viva y perseverante, una audacia
filial. Les insta a la vigilancia y les invita a presentar sus peticiones a Dios
en su Nombre. El mismo escucha las plegarias que se le dirigen.

2622 La oración de la Virgen María, en su Fiat y en su
Magnificat, se caracteriza por la ofrenda generosa de todo su ser en la fe.