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El valor de la cortesía

La cortesía es un valor muy mexicano y, sin duda, tiene su reflejo en la familia como un valor que facilita la convivencia. Está en el octavo lugar en la jerarquía de los valores que tenemos en el ámbito de la familia.

En general se nos reconoce a los mexicanos un aprecio muy singular por la cortesía. Las buenas maneras, los modales, se consideran como sinónimos de la buena educación, como el fruto de una familia que se preocupa de la formación de los hijos. Hay, por supuesto, variantes en la forma como se da la cortesía entre las diferentes zonas del país; por ejemplo, los oaxaqueños o los yucatecos son percibidos como muy corteses, mientras que los norteños son vistos como más rudos, como gente que habla “golpeado”. Sin embargo, aún el más descortés de los mexicanos, es mucho más cortés  que las personas de otras culturas  y de otras naciones. ¿Será un valor que nos viene de la parte indígena de nuestra cultura? Puede ser, ya que no percibimos a los españoles como muy corteses; sin embargo, es notable que los españoles de la época de la conquista eran también muy corteses y, aún hoy, se considera a los españoles como más amables que otros europeos.

En todo caso, es un valor que se aprecia en las familias mexicanas. En una de las encuestas que se han hecho sobre los valores de los mexicanos, se consideraba la cortesía (en forma de buenos modales) como un objetivo importante de la educación.

Podríamos decir que este valor está cambiando en las formas. Algunos de nosotros todavía recordamos que, no hace mucho, a los padres se les hablaba de Usted, como una muestra de respeto. Hoy, eso nos parecería muy exagerado a todos nosotros.

Tal vez, un punto importante es el origen de esta cortesía. Este valor es el reflejo de un valor mucho más profundo, que es el de respeto. Sin embargo, el respeto no figura entre los diez primeros lugares en la jerarquía de los valores del ámbito familiar. ¿Por qué se dará esto? Ciertamente, el verdadero respeto nos lleva a tratar a los demás con cortesía; pero podría darse ( y de hecho se da con mucha frecuencia) cortesía de apariencia, fingida. Una cortesía que se usa para manipular, para lograr del otro que nos dé su confianza. ¿Será, acaso que los mexicanos, al no encontrar verdadero respeto, nos conformamos con su forma externa que es la cortesía?

Es notable como un poco de buenos modales “lubrican” hasta las situaciones más ásperas en el seno de la familia. ¿Cuántas desavenencias familiares se hubieran evitado si hubiéramos tenido un poquito de cortesía? ¿Cuántas veces nos encontramos con que negamos a nuestro cónyuge o a nuestros hijos la cortesía que prodigamos a los amigos y hasta a los extraños? Alguien decía que el matrimonio está en el terreno de la diplomacia. Pero, tristemente, con la confianza y con la costumbre, a veces nos sentimos dispensados de guardar los modales. También esto se da en el trato entre los hermanos; ¡Cuantas veces nos permitimos entre hermanos malos tratos, que ni en sueños le daríamos a los amigos o a los extraños!

Tal vez la cortesía no esté entre los valores supremos; difícilmente nos iríamos a  confesar por haber faltado a la cortesía. Pero ¡cuanta falta hace, a veces! ¡Cuánto bien se logra cuando se pone un poco de buenos modales es las relaciones familiares! Los pequeños detalles: el saludo por la mañana, la despedida cuando alguno sale, el saludo al regreso al hogar, el dar las gracias por los pequeños favores que todos nos hacemos los unos a los otros, el pedir las cosas por favor, ¡Significan tanto! Y más aún cuando son no son únicamente una exterioridad y son el reflejo de un profundo respeto, del cariño, del deseo de agradar a mis familiares.

Hablando entre católicos mexicanos, uno de los mejores ejemplos de esta cortesía que podemos encontrar, nos lo da nuestra Madre María de Guadalupe. El diálogo entre ella y San Juan Diego, como lo relata el Nican Mopohua, es una verdadera joya de cortesía, de trato respetuoso entre la Reina del Cielo y uno de sus hijos. “Juanito, Juan Dieguito, el más pequeño de mis hijos…” frase que también puede traducirse como “mi hijo, el preferido”. En esa conversación, ella usa todas las formas de cortesía que usaban los indígenas entre sí, y lo hace con un gran cariño y un gran respeto… como el que leemos en San Lucas, cuando María le pide a Jesús explicaciones de porqué se había perdido en el templo: sin regaños, sin falta de cortesía, hablando de su angustia, pero sin maltratar a ese niño.

Dios está en los detalles, dice el refrán. Y la cortesía es el valor de los detalles pequeños, pero que significan mucho y que cimientan el amor y el mutuo aprecio entre los miembros de las familias.