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El Cisma de Lefebvre

El 30 de junio de 1988 el Arzobispo Marcel Lefébvre consumó el último cisma que ha desgarrado la unidad de la Iglesia Católica, al consagrar Obispos sin mandato apostólico a cuatro de sus seguidores en la "Fraternidad Sacerdotal de San Pío X".

 "A ningún Obispo - señala el canon 1013- le es lícito conferir la ordenación episcopal sin que conste previamente el mandato pontífico" "El Obispo que confiere a alguien la consagración episcopal sin mandato pontífico, así como el que recibe de él la consagración - añade el canon 1382- incurren en excomunión latae sententia reservada a la Sede Apostólica"

 Monseñor Lefébvre y quienes le siguen, se declaran guardianes de la fe y de la tradición y rechazan el espíritu del Concilio Vaticano II y las reformas que inspiró. Sostienen que la Iglesia Católica Romana está infectada de modernismo, que hay un falso ecumenismo que se encuentra en el origen de todas las innovaciones del Vaticano II, en la liturgia, en las relaciones nuevas de la Iglesia y del mundo, en la concepción de la Iglesia misma, que conduce a su ruina y a los católicos a la apostasía.

 Es evidente que las posturas Lefebvristas no tienen fundamento y que presentan un claro rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice y de la comunión con los fieles de la Iglesia a él sometidos.

Lefébvre ha incurrido - como casi todos los cismáticos y herejes - en la "fidelidad a la Iglesia" (a la imagen que él mismo se ha forjado de la Iglesia) y, por tanto, a abandonar la Iglesia que dicen defender.

La Santa Sede ha hecho todo lo posible por evitar que se llegase a esta dolorosa situación para toda la Iglesia, luego de muchos años de dramáticos intentos ha prevalecido un correoso atrincheramiento del Obispo rebelde en posiciones incompatibles con la fidelidad a todo Magisterio de la Iglesia y con la obediencia a la suprema autoridad del Vaticano de Cristo.

 Días antes de consumarse el cisma, el Papa Juan Pablo II, envió una carta a Mons. Lefébvre. El último párrafo de esa carta es una de tantas muestras dadas por el Papa para evitar el cisma:

 "Os invito ardientemente a volver, humildemente a la plena obediencia al Vicario de Cristo. No solamente os invito a ello, sino que os lo pido por las llagas de Cristo, que la víspera de su Pasión pidió por sus discípulos "a fin de que todos sean uno". A esta petición e invitación uno mi plegaria cotidiana a María Madre de Cristo. querido hermano, no permitáis que el año dedicado de una manera muy especial a la Madre de Dios traiga una nueva herida a su corazón de Madre. Vaticano, 9 de junio de 1988, Juan Pablo II".