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El buen pastor y el mercenario

 
Carta Abierta a los Señores Curas Muy Señores Míos:

Permítanme que les hable con toda franqueza, de sacerdote a sacerdote y de pastor a pastor.

Admiro la entrega de muchos de ustedes, su celo apostólico, su espíritu de sacrificio y la aceptación serena de su soledad e incomprensión de parte de muchos.

Pero al mismo tiempo no logro entender cierto desaliento y falta de visión con relación a nuestras masas católicas, que se sienten como desamparadas ante el acoso constante de los lobos rapaces.

Claro, también los lobos son criaturas de Dios, como los zancudos o las víboras venenosas, y por lo tanto merecen cierta consideración. Sin embargo, no por eso no nos tenemos que cuidar para no quedar perjudicados.

Una cosa es el respeto al derecho ajeno y otra cosa es la rendición incondicional a los caprichos de cualquiera que se nos pare enfrente o el abandono indiscriminado de nuestras masas católicas a la merced del primero que trate de conquistarlas.

¿Acaso no les dice nada la comparación que hace Jesús entre el verdadero pastor y el mercenario (Jn 10, 11-13)? El verdadero pastor, cuando ve llegar al lobo, se le enfrenta, a costa de perder la vida. El mercenario, al contrario, huye, porque no le importan las ovejas. Pues bien, cada uno de ustedes ¿ha pensado alguna vez a quién se parece, al buen pastor o al mercenario?

Claro que no basta la buena voluntad. No basta la disposición interior a dar la vida por las ovejas. Es necesario dar pasos concretos para estar en condiciones de enfrentar con éxito a los lobos rapaces y así defender a las ovejas.

En concreto, ¿cómo se comportan ustedes con un feligrés, que se siente acosado por los grupos proselitistas, que ya le metieron muchas dudas acerca de la fe o se encuentra entre amigos y parientes que ya se cambiaron de religión y lo invitan a seguir su ejemplo?

¿Es suficiente aconsejarle que tenga paciencia, respete a los que tienen otras creencias y no hagan caso a lo que le dicen? ¿No se dan cuenta de que el feligrés tiene derecho a recibir una orientación precisa de parte de su pastor, que aclare sus dudas y lo ponga en grado de resistir frente al acoso de los grupos proselitistas?

¿Qué les impide entender que el ecumenismo no tiene nada que ver con esta realidad y es un puro pretexto para no hacer nada y dejar que se pierdan las ovejas? ¿Cuándo van a dejar la demagogia para volverse más sensibles hacia los intereses reales del rebaño que está bajo su cuidado? (cfr. Ez 34).

¿Acaso no le tienen miedo al juicio de la historia y, peor aún, al juicio de Dios, pensando en el enorme daño que están causando a sus feligreses, al dejarlos sin ninguna protección frente a los que continuamente están tratando de confundirlos y conquistarlos?

¿A qué se debe el hecho que su manera de ver las cosas esté tan alejada del sentir del pueblo católico, que se siente abandonado por ustedes, por no saber manejar adecuadamente una problemática, que se les está escapando de las manos y lo está perjudicando gravemente?

¿Qué esperan, entonces, para ponerse al día y estar en condiciones de ayudar a sus feligreses a fortalecer su fe ante el acoso constante de los lobos rapaces? ¿Acaso les preocupa que alguien los acuse de estar en contra del ecumenismo o de estar induciendo a sus feligreses a pelearse con la gente de otras creencias?

Algunos de ustedes podrán objetar que están concientes del problema y están haciendo lo que está de su parte para enfrentar con sentido de responsabilidad el fenómeno del proselitismo religioso. En este caso, no se preocupen; esta carta no es para ustedes.

Otros le echarán la culpa a la formación que recibieron en el seminario:“Es que en el seminario no me enseñaron esto”. Pues bien, no todo se aprende en el seminario. Hay libros, hay cursos, hay muchas maneras de prepararse en el campo de la apologética. Todo es cuestión de voluntad.

Y no se olviden: si en algo les puedo servir, me tienen siempre a sus órdenes.

Con todo respeto, aprecio y cariño.

Su amigo y servidor de siempre

P. Flaviano Amatulli Valente, fmap