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Cuarenta días en el desierto

Cuarenta días en el desierto    

No sólo de pan vive el hombre - arte religioso contemporáneoJesús, nuestro Rey, preparó su vida pública retirándose por cuarenta días al desierto. A nosotros, sus seguidores, la iglesia nos invita a prepararnos para la semana santa, viviendo la cuaresma mediante el ayuno y la abstinencia.

En esto hay algo más que un memorial. Se trata de algo más que repetir un gesto, de repetir el gesto material de ayunar. Se trata, aunque parezca raro, de invitarnos a pasar cuarenta días de preparación, cuarenta días de desierto.

Pensemos en el desierto. Un lugar que no es apropiado para la habitación humana. Un lugar solitario, inhóspito, tremendamente seco, terriblemente frío o caliente. Y, sin embargo, un lugar de gran belleza, que invita a la meditación. El lugar donde los santos encontraron a Dios.

Pero, dirá alguno, ¿dónde voy encontrar un desierto para irme a meditar y dónde voy encontrar los cuarenta días para dedicarlos a Dios? La verdad, cada uno nosotros puede ir a su propio desierto. Alejarnos de los demás, del ruido, de las ocupaciones y preocupaciones por algunos minutos y entrar en el desierto de nuestra propia alma. Ahí donde nadie más entra, en donde estamos verdaderamente solos, en donde somos nosotros mismos, donde a veces nos engañan, o nos dejamos que nos engañen, los espejismos que hay en los desiertos… y en el mundo.

En ese lugar verdaderamente nuestro, encontrar que nuestra alma está seca por nuestras fallas, nuestros pecados, por nuestras omisiones. Pero que, como el desierto, sólo requiere un poco de agua para que la vida brote, para que las hierbas secas florezcan. Sólo requiere del Agua Viva que sólo Jesús nos puede dar. El agua de su Palabra, el agua de la gracia, el agua de los sacramentos.

¡Señor, pide al Espíritu Santo que me conduzca al desierto! ¡Ayúdame a conocer el desierto de mi propia alma, a conocer la belleza con que tú la creaste! ¡Dame el agua que lave mi pecado, que fortalezca mi debilidad, que haga que mi alma florezca! Y que ahí, lejos de todo y de todos, en el silencio más profundo que pueda ocurrir, pueda oír tu voz.