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¿Cómo Enjuiciamos los Católicos a Nuestra Iglesia?

 ¿Cómo Enjuiciamos los Católicos a Nuestra Iglesia?

Los seres humanos somos críticos y, consecuentemente, formamos un juicio determinado sobre aquello que conocemos, así es como evaluamos. Un juicio recto y ponderado es indispensable para la mejora de la sociedad y no cualquier opinión es beneficiosa. Por eso, los juicios legales buscan la imparcialidad tanto del juez como del jurado, siendo esto imprescindible para encontrar la verdad y cimentar la justicia y la paz.

Por otra parte, Cristo nos dice; "No juzguen y no serán juzgados" y poco más adelante añade "¿Cómo ves la paja en el ojo de tu hermano y no ves la viga en el tuyo?" (Mateo 7, 1 y 3). ¿Por qué el Señor nos ha dicho esto? Jesús, profundo conocedor del corazón humano, sabía que clasificamos a otros con rapidez; simpáticos o antipáticos, inteligentes o no, y muchas otras categorías. Exageramos los defectos de los demás, mientras somos muy tolerantes con nosotros mismos. Él quiere que evitemos los juicios ligeros, parar la maledicencia y los falsos testimonios.

Creo que todos, durante nuestra vida, hemos tenido la fortuna de cambiar de opinión respecto de muchas personas, que habiéndonos sido muy antipáticas, e incluso que considerábamos enemigos nuestros, encontramos de repente que nos han hecho un bien determinado y así, la animadversión se transforma en amistad. Será esa la razón del dicho popular "Del odio al amor hay un paso".

¿Cuántas veces, por prejuicios, hemos iniciado peleas? Una persona que no nos saludó con la cortesía que esperábamos, posiblemente porque estaba distraído, o tal otra que, cuando le pedimos ayuda, no respondió como creímos, sin pensar que, en ese momento, dicha persona pudo haber tenido un problema mucho mayor que el nuestro.

¿Cuántos pleitos se hubieren evitado con tolerancia y recto juicio? En lugar de cultivar el "deporte" de la destrucción de la reputación ajena fomentemos el respeto para el prójimo, buscando puntos de unión y concordia. Para conocer las intenciones de otros, necesitaríamos meternos en sus conciencias, y eso sólo lo puede hacer Dios.

Un tema relacionado con lo anterior es el respeto de los católicos para con nuestra Iglesia. Nosotros creemos que la Iglesia es Madre, ya que nos lleva, como una barca, a la felicidad celestial. Por mandato de Cristo la Iglesia es fundada bajo la autoridad de Pedro y los apóstoles "tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no podrán contra ella. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los Cielos" (Mateo 16, 18-19). Es decir que, por voluntad de Él, existe una jerarquía en la Iglesia; "El que tenga oídos que oiga" (Mateo 13, 9).

¿Debemos eliminar nuestro juicio y criterio en lo que respecta a la Iglesia? ¿Ignorar las fallas que vemos dentro de ella? Por supuesto que no, si Dios nos dio la capacidad de raciocinio y juicio, esto es algo bueno. Todo depende cómo juzguemos, y tener la humildad de saber que somos nosotros los que podemos estar equivocados. comenzando con humildad para reconocer que nosotros podemos estar equivocados. La justicia debe conocer toda la verdad para dar un veredicto de culpable, antes de esto los acusados tienen que ser considerados inocentes.

No pretendo decir que personas ajenas a la Iglesia no la critiquen abiertamente, eso sería ridículo. Gracias a Dios existe la libertad de expresión. La Iglesia, santa por ser fundada por Cristo, y pecadora, por estar formada por seres humanos, comete errores que, en una sociedad libre, pueden y deben ser responsablemente enjuiciados por la opinión pública. Sin embargo, no es correcto que nosotros los católicos, como hijos de la Iglesia, actuemos como si fuésemos ajenos a ella.

Los que pertenecemos a la Iglesia Católica debemos amarla como a nuestra propia mamá. Mamá nos engendró, y la Iglesia nos da a luz para la vida eterna. Sin embargo, muchos de los que nos llamamos católicos la criticamos hasta con desprecio.

Quisiera hacer un símil de la Iglesia, como madre, con una mamá; ¿Qué haríamos en el caso hipotético de encontrar a nuestra mamá semidesnuda en la calle? ¿Publicaríamos esto en los periódicos? O tal vez, ¿Convocaríamos a los vecinos para que expresasen su opinión?, ¿Le llamaríamos públicamente prostituta o loca?. No creo que nadie, que ame de verdad a su madre, provocaría el escándalo, sino que, de manera diligente, la vestiría de inmediato y, ayudado por su familia más cercana, buscaría la causa de ese comportamiento. Estoy seguro que muchos venderían sus pertenencias para pagar un tratamiento médico o psicológico, en caso de que fuese esto lo indicado. Asimismo implorarían la ayuda de Dios en este trance.

El ejemplo anterior, y muchos otros, como sería el caso de un hijo que tuviere problemas graves en su escuela, o una hija que ha sido embarazada, etc. presentan claramente la necesidad de un trato íntimo y discreto. No estamos hablando de simular u ocultar la verdad, sino de buscar el mayor amor, delicadeza y comprensión para ayudar a resolver un problema de aquellos a quienes queremos entrañablemente.

Un problema grave de nuestra familia nos ocasiona gran preocupación; ¿Por qué no es lo mismo cuando se trata de la Iglesia? ¿Será que no la amamos de verdad? ¿Qué actitud tomamos al saber sus fallas? ¿Oramos por ella? ¿Ponemos nuestro tiempo, esfuerzo y dedicación para mejorarla, presentando a tiempo y destiempo nuestras inquietudes dentro de nuestra Madre Iglesia? O por el contrario ¿Ayudamos a sus enemigos a destruir su reputación?

San Bernardo, monje de clausura, salía con frecuencia del convento a visitar obispos y sacerdotes que se encontraban descarriados y, gracias a Dios, muchos volvieron al buen camino, para mayor gloria de Dios. El Papa Paulo VI, a pesar de su débil salud y sus múltiples ocupaciones, se privaba de horas de sueño para ayudar a sacerdotes con problemas.

Los laicos, como miembros de la Iglesia, también somos responsables de hacerla crecer en santidad. La única forma de lograrlo es amándola profundamente, orando por ella y nuestros pastores, comprometiéndonos de corazón a ayudarla, al igual que auxiliaríamos a nuestra mamá o a nuestro hijo, si estuvieren en problemas.