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Cómo el aborto daña a la mujer: las pruebas de EEUU

Este duradero punto muerto retórico ha dejado a un buen número de estadounidenses -la gran mayoría de los cuales entiende que una vida humana individual es arrebatada en cada aborto- personalmente opuestos, aunque sin ganas de “imponer sus creencias” a nadie.La popularidad de la llamada postura “pro-elección” se debe en gran medida al éxito que los abogados del aborto han tenido en convencer a los estadounidenses de que el aborto es una precondición necesaria para el bienestar y la igualdad de la mujer. Si apoyas el progreso de la mujer, dice el argumento, debes apoyar el aborto. Por eso, en nuestro actual entorno cultural, oponerse al aborto es arriesgarse a ser llamado anti-mujer; y pocos, con independencia de su percepción del aborto como un mal moral, pueden soportar esta acusación. “Me opongo personalmente, pero no lo impongo” parece ser la única opción pro-mujer.

Hubo un tiempo en que me conté entre los “pro-elección” “personalmente opuestos”, aunque debo admitir que era más “pro-elección” que “personalmente opuesta”. Escribí lo siguiente durante mis años universitarios en Middlebury, cuando era una de las dirigentes de nuestro centro de mujeres:

“La supresión estatal del derecho de la mujer a decidir fue sencillamente la perpetuación de la naturaleza patriarcal de nuestra sociedad (…) Para liberar a las mujeres de la jerarquía de género, las mujeres deben tener derecho a hacer lo que les plazca con sus cuerpos”

La historia de cómo cambié de opinión sobre el aborto es muy larga, complicada con elementos filosóficos, religiosos, morales, psicológicos y políticos. Basta decir que mi incondicional apoyo al aborto se basaba en mi condición de feminista. Por consiguiente, lo central en mi oposición al aborto fue darme cuenta de dos cosas: el aborto daña el bienestar de la mujer y es antitético al genuino feminismo, aquél que reconoce y celebra la singularidad de las mujeres como mujeres.

Para persuadir a las “pro-elección” “personalmente opuestas” como yo, debemos abordar la falacia feminista de los años 70 de que el aborto es necesario para el bienestar de la mujer y su igualdad sexual. De hecho, las pruebas médicas, los datos sociológicos y la experiencia vital de muchas mujeres cuentan una historia diferente: el aborto daña a la mujer física, psicológica, relacional y culturalmente.

He aquí las pruebas.

El aborto destruye la salud de la mujer

Las mujeres que han abortado tienen más riesgo de ansiedad, depresión y suicidio. Un estudio publicado en 2005 en el Journal of Anxiety Disorders halló que las mujeres que abortaban sus embarazos no deseados tenian un 30% más posibilidades de tener todos los síntomas del trastorno generalizado de ansiedad, con respecto a las mujeres que habían llevado a término sus embarazos indeseados. Un estudio de un programa de seguro médico financiado por el estado de California publicado en el American Journal of Orthopsychiatry en 2002, mostró que el ratio de trastornos de salud mental en las mujeres que abortaban era un 17% superior al de las que habían dado a luz. Y según un artículo publicado en 1996 en el British Medical Journal, y otro publicado en 2002 en el Southern Medical Journal, el riesgo de muerte por suicidio es de 2 a 6 veces superior en las mujeres que han abortado, comparado con las que han dado a luz.

Varios estudios analizados en un artículo de referencia publicado en 2003 en el Obstetrical and Gynecological Survey muestran que el aborto inducido también aumenta el riesgo de placenta previa en un 50%, y dobla el riesgo de nacimiento prematuro en embarazos tardíos. La placenta previa (la placenta se implanta en el extremo del útero y cubre el cervix) pone en riesgo la vida de la madre y el hijo en ese embarazo tardío. El nacimiento prematuro está asociado con bebés de poco peso, y los bebés que tienen muy poco peso (los nacidos entre la semana 20 y 27) tienen un 38% más de riesgo de tener parálisis cerebral -sin mencionar que los costes médicos son un 28% superiores- que los niños que nacen a su tiempo. Según el Dr. Byron Calhoun, director del Centro de Diagnóstico Prenatal del Rockford Memorial Hospital de Illinois, aproximadamente el 30% de los nacimientos prematuros (que hoy son el 6% de todos los nacimientos) se deben a abortos anteriores.

Pero esto es sólo el principio. El vínculo entre el aborto y el cáncer de pecho ha llamado mucho la atención de los medios. Es importante entender que hay dos mecanismos diferentes por los cuales el aborto puede aumentar el riesgo de cáncer de pecho. Uno es indiscutible, el otro muy debatido. Hoy está asumido por la medicina que un embarazo de 9 meses, especialmente antes de los 32 años, actúa como mecanismo protector contra el cáncer de pecho. Por tanto, las investigaciones muestran que las adolescentes con historial familiar de cáncer de pecho que abortan antes de los 18 años tienen un riesgo incalculablemente alto de desarrollar cáncer de pecho. Por supuesto, una clínica abortista de Portland (Oregón) llegó recientemente a un acuerdo con una mujer de 19 años que denunció a la clínica por no haberle informado de este vínculo entre el aborto y el cáncer de pecho, a pesar de que ella había informado de un historial familiar de cáncer de pecho en su ficha de entrada.

Aproximadamente el 20% de las mujeres que abortan son adolescentes, y el 50% son menores de 25 años. A pesar de que el riesgo de cáncer de pecho es alto para las mujeres jóvenes que retrasan su primer embarazo completo mediante el aborto, rara vez son informadas de esta relación indiscutible.

El vínculo más acaloradamente disputado, aunque apoyado por numerosos estudios epidemiológicos y la fisiología mamaria, es que el aborto en sí puede causar cáncer de pecho. Mediante el aborto, una mujer acaba artificialmente su embarazo en un momento en que sus células mamarias han sido expuestas a altos niveles de estrógenos que potencialmente pueden iniciar un cáncer, pero lo hace antes de que estas células hayan madurado en células resistentes al cáncer (como sucede en los embarazos de 9 meses). Según la Dra. Angela Lanfranchi, cirujano de pecho, “la misma biología que explica el 90% de todos los factores de riesgo de cáncer de pecho, explica el vínculo entre aborto y cáncer de pecho”.

Soprendentemente, muchos estados no exigen que las complicaciones relacionadas con el aborto sean comunicadas a sus Departamentos de Salud. Sin embargo, los datos disponibles revelan que miles de mujeres son dañadas cada año por complicaciones inmediatas como hemorragias, perforaciones uterinas e infecciones. Los Centros de Control y Prevención de Enfermedades de EEUU (CDC) calculan que 1 de cada 100.000 mujeres muere por complicaciones asociadas con abortos de primer trimestre. Un estudio de 1997 publicado en el Obstetrical and Gynecological Survey, no obstante, demostró que muy pocas muertes de madres debidas al aborto se reportaban al CDC, probablemente debido a que tal comunicación es completamente voluntaria.

Además, un artículo de 1994 publicado en el American Journal of Obstetrics and Gynecology reveló que los abortos practicados más allá de las 16 semanas de gestación tienen 15 veces más riesgo de mortandad materna que los practicados durante el primer trimestre. El mismo estudio también mostraba que las mujeres negras y otras minorías -que tienen un número desproporcionado de abortos comparadas con las mujeres blancas- tienen 2,5 veces más posibilidades de morir por un aborto que las blancas.

Finalmente, debido a las prisas de la FDA por lanzar al mercado la RU-486 (la píldora del aborto), al menos 3 mujeres estadounidenses han muerto, y muchas otras han sufrido serias complicaciones relacionadas con el fármaco.

Planificación Familiar estima que el 43% de las mujeres abortarán antes de alcanzar los 45 años, y con más de 1.000.000 abortos practicados cada año, estos datos revelan un grave problema de salud femenina que debe resolverse. Sin embargo, con demasiada frecuencia las pruebas simplemente se niegan o se ignoran.

¿El aborto es “infrecuente y seguro”?

Uno de los argumentos comunes usados en la preparación de la sentencia Roe contra Wade fue la afirmación de que el aborto legal sería más seguro que los abortos llamados de “callejón oscuro”, que -decían los defensores- mataba entre 5.000 y 10.000 mujeres cada año. Como muchos saben ahora, uno de los dos hombres que lideró el cambio, el Dr. Bernard Nathanson, ginecólogo y cofundador de la asociación NARAL Pro-Choice America, después retiró la afirmación, admitiendo que él y otros activistas pro-aborto habían inventado el dato para favorecer la causa del aborto.

Esto no equivale, por supuesto, a decir que los abortos ilegales eran seguros. Aunque los datos reales no se acercan ni remotamente a los 10.000 que se esgrimían, al menos 39 mujeres murieron por abortos ilegales en 1972. Pero otras 24 mujeres murieron ese año por abortos legales en estados que habían debilitado sus leyes en los años anteriores antes de que llegara Roe. Como revelan los datos médicos mostrados arriba, más de 3 décadas de aborto legal no han hecho el procedimiento más seguro: todavía mueren mujeres o sufren daños graves. Incluso Warren Hern, notorio abortista y autor del reconocido manual médico Abortion Practice, escribe: “Hay pocos procedimientos quirúrgicos a los que se les preste tan poca atención y cuyo peligro potencial esté tan infravalorado como el aborto”.

Otro argumento repetido que se oye en defensa del aborto es que el gobierno jamás debería interponerse entre una mujer y su médico. Por supuesto, el Tribunal de Roe consideró fundamental esta relación. Hasta la viabilidad, dijo el Tribunal de Roe, “el aborto es en todos sus aspectos inherente y primeramente, una decisión médica, y la responsabilidad básica del mismo debe recaer en el médico”. A pesar de esto, sólo un 2% de mujeres que aborta lo hace por razones de salud, y los estudios muestran que el 66% de los obstetras y ginecólogos -especialmente mujeres doctores y los menores de 40 años- rechazan en absoluto practicar abortos. La gran mayoría de las mujeres que aborta no ve una decisión médica en el cuidado y el consejo de su médico personal. En su lugar, la mayoría de las mujeres recibe poco o ningún consejo preoperatorio sobre la naturaleza, los riesgos y las alternativas al procedimiento. Sólo conocen al abortador unos minutos antes de que les opere, y es poco probable que lo vean de nuevo.

La segunda víctima del aborto

No es de extrañar que el 81% de las mujeres observadas en un estudio de 1992 publicado en el Journal of Social Issues dijera que se sentían victimizadas por el proceso del aborto, y que habían sido forzadas a abortar, o no habían recibido información sobre alternativas al procedimiento.

Aunque los requisitos de consentimiento informado son constitucionales bajo Roe, las leyes de Derecho de las Mujeres a Conocer que proporcionan información a las mujeres sobre la naturaleza, los riesgos y las alternativas al aborto sólo están en vigor en algo más de 20 estados. Según el Tribunal Supremo de EEUU en el caso de Planned Parenthood contra Casey: “Para tratar de asegurar que la mujer entiende todas las consecuencias de su decisión, el Estado avanza el propósito legítimo de reducir los riesgos de que una mujer elija abortar, sólo para descubrir después, con devastadoras consecuencias psicológicas, que su decisión no fue suficientemente informada”. No sorprende que los defensores del aborto no vean en la sentencia de Casey ni en las “leyes de consentimiento informado” un paso hacia una elección más informada; en cambio, éstas se presentan en cada batalla judicial como una usurpación de los derechos garantizados en Roe.

Mientras algunos lamentan las elecciones de sus mujeres o novias (maridos y novios, después de todo, no tienen derechos legales en la decisión de abortar), otros hombres sirven de catalizadores en estas decisiones. Casi un 40% de las mujeres que abortaron mostraron en un estudio que sus parejas las presionaron para abortar. De hecho, en su estudio de los datos, la que después sería profesora de la Universidad de Emory, Elizabeth Fox-Genovese, publicó que “los fans más entusiastas del aborto son los hombres, al menos hasta que tienen hijos propios”.

De modo que mientras las feministas “pro-elección” saludan al aborto como símbolo de la igualdad y la libertad sexual de la mujer, la mujer joven ordinaria tal vez no encuentre tal liberación cuando practica el sexo con su novio, pensando, como suelen hacer las mujeres, que el sexo unirá emocionalmente a ambos. Al contrario, cuando él no comparte la profundidad de sus sentimientos y cuando se queda embarazada le entrega un talón de 400 dólares para que aborte, no sólo se rompe su corazón; sólo ella debe vivir con las posibles consecuencias médicas del aborto a corto y a largo plazo durante toda su vida. Para muchas mujeres, la “libertad reproductiva” ha significado que las mujeres continúan negociando todo lo que viene con la reproducción, mientras los hombres disfrutan la libertad de sexo sin consecuencias.

La victimización que siente tan gran mayoría de mujeres que pasa por abortos, aunque no es apreciada o incluso reconocida por las actuales feministas “pro-elección”, fue agudamente predicha por una generación anterior de feministas. Las feministas pioneras estadounidenses, que lucharon por el derecho a voto y el trato justo en el puesto de trabajo, estaban uniformemente contra el aborto porque lo veían como un ataque a las mujeres como mujeres, las únicas agraciadas con la capacidad de tener hijos. Mientras estas feministas pioneras soportaban la dolorosa lucha de cambiar las instituciones políticas y económicas dominadas por hombres, las feministas “pro-elección” de los años 70 y de hoy buscan en cambio cambiar la misma naturaleza de las mujeres, convenciendo a muchas de que si deben ser iguales al hombre, sencillamente deben ser como hombres.

Confiando en el aborto

La importancia que la cultura estadounidense ha dado al aborto como igualador de sexos fue el razonamiento central que utilizó el Tribunal Supremo para apoyar la sentencia Roe en su decisión de Casey (1992): “Durante dos décadas de desarrollos económicos y sociales, la gente ha organizado sus relaciones íntimas y ha tomado decisiones que definen sus opiniones sobre sí mismos y sus lugares en la sociedad, confiando en la disponibilidad del aborto en caso de que la contracepción fallara”. El Tribunal continuaba diciendo que “la capacidad de las mujeres para actuar en la sociedad” se basaba principalmente en la disponibilidad del aborto.

En otras palabras, nos hemos acostumbrado a no tener que cambiar demasiado nuestra sociedad dirigida por el mercado para permitir que las mujeres entren en nuestras universidades y puestos de trabajo en pie de igualdad con los hombres. No nos interesa asegurar a las mujeres la capacidad de actuar en la sociedad -de tener un lugar en la sociedad- si no imitan al hombre. No podemos permitirnos hacer el mucho más difícil trabajo de crear entornos que den la bienvenida a las mujeres que tienen hijos, las cuales, por supuesto, son la inmensa mayoría. En cambio, seguiremos diciendo a las mujeres lo que Roe les dijo hace una generación. Tu eliges: tu hijo o tú, tu hijo o tu futuro, tu hijo o tu éxito; este mundo es de hombres, y es mejor que te hagas como un hombre -es decir, no te quedes encinta- si quieres tener éxito.

No sorprende que más de 30 años después de la segunda oleada -la oleada del aborto- del movimiento feminista, los estudios muestren que las mujeres todavía están perplejas sobre cómo combinar su carrera y su familia. El aborto usurpó un feminismo pionero que buscaba influir en la sociedad para que reconociera la distinta dignidad de la mujer. Haciendo esto, impidió solucionar la cuestión de cómo las mujeres podían cumplir su singular papel de madres al tiempo que participaban en la sociedad más amplia. Cada vez más, las mujeres jóvenes afrontan el problema a su propia manera contracultural: mujeres con educación superior aplazan su recorrido profesional durante los años de educación de los hijos, dejando abiertas sus opciones de regresar al mundo profesional en un momento posterior de su vida.

Hoy más mujeres desafían la idea feminista pro-aborto de que sus hijos son una carga para el éxito y la igualdad. Las mujeres ordinarias desean ser honradas como mujeres, y no tener que sacrificar a sus hijos en aras de la igualdad con los hombres. Las mujeres están empezando a darse cuenta de que les han vendido la idea de que una madre tiene menos valor que una persona totalmente involucrada en su profesión. En un tiempo en que la maternidad se reverenciaba mucho más que hoy, el presidente Teodoro Roosevelt dijo: “La madre es la parte más esencial de la sociedad”. El trabajo de los hombres, dijo, no es “tan duro o responsable como el trabajo de la mujer que educa una familia de hijos pequeños (…) creo que la tarea de la mujer es la más importante, difícil y honorable de las dos”.

En el mundo profesional, una mujer se siente a menudo prescindible, siente que muchos podrían hacer su trabajo tan bien como ella, pero nadie puede igualar a una madre en el cuidado y educación que proporciona a sus hijos. Lamentablemente, un feminismo que pone la lucha por el aborto en el centro de su cruzada ha convencido a muchas mujeres de que su status y poder social son más valiosos que las mismas vidas de sus hijos y la influencia que tienen en el mundo a través de su trabajo como madres.

Algunos científicos sociales han objetado que tal feminismo, por haber introducido a un número nunca visto de madres con hijos pequeños en la fuerza laboral a tiempo completo en las últimas décadas, tiene mucha culpa de la dificultad que la mayoría de madres solteras tiene hoy para llegar a fin de mes. Después de todo, el poder financiero de la familia con dos sueldos -que hoy es la norma- ha hecho subir los precios de las necesidades vitales. Mientras las familias de dos progenitores con un solo sueldo luchan y se sacrifican para permitir que uno de los padres se quede en casa con los niños, las madres solteras -responsables de ganar el pan y educar a los niños- afrontan un obstáculo financiero casi insuperable.

¿Cuál es la respuesta del lobby abortista a la “feminización de la pobreza” que ellos mismos han ayudado a crear? El acceso directo al aborto financiado por el estado. Y las feministas “pro-elección” no limitan a nuestras fronteras su reivindicación de representar a las mujeres pobres; creen que todas las mujeres del mundo afectadas por la pobreza merecen acceso directo al aborto libre.

Precisamente este elemento elitista del movimiento abortista fue lo que primero me impulsó a reconsiderar la posición “pro-elección” que sostuve en mis días de universidad. Había estado estudiando en Washington D.C. durante un semestre, y haciendo prácticas en un pequeño “think tank” que ayudaba a los parlamentos estatales en sus esfuerzos para reformar los costes sociales. Mientras me sumergía en los problemas de los pobres, especialmente de las mujeres pobres, me asqueaban cada vez más los argumentos de los defensores del aborto, acerca de que la disponibilidad del aborto sacaría a las mujeres de la pobreza. Me obsesionaba la idea de que nosotros, como nación rica, íbamos a resolver los problemas de los pobres ayudándoles a deshacerse de sus propios niños.

Muchos de los que sostienen la postura “pro-elección” lo hacen porque creen que el aborto proporciona un medio de gestionar la carga que los pobres ponen en el resto de la sociedad. El juez Blackmun, autor de la sentencia del Tribunal Supremo en el caso Roe, encarnó esta trágica visión en un caso posterior, en el que disintió del rechazo de la mayoría a exigir a los contribuyentes que financiaran abortos (Beal contra Doe). Blackmun dijo que el coste del aborto electivo “es mucho menor que el coste del cuidado maternal y el parto”, incluso que “los costes sociales que lastrarán al estado por los nuevos indigentes y su sostenimiento en los largos años por venir”. Y seguía diciendo que sin la financiación por los contribuyentes del aborto de los pobres “el cáncer de la pobreza crecerá”.

El futuro

La dependencia de EEUU en el aborto ha ahorrado a nuestra cultura los costes asociados con la creación de entornos verdaderamente acogedores para las mujeres y sus hijos. Si una nación tan rica como la nuestra estuviera verdaderamente comprometida con el bienestar de las mujeres y la igualdad, buscaríamos soluciones reales a las causas subyacentes del aborto: el serio desafío que las mujeres enfrentan equilibrando el trabajo o la escuela y la familia, la falta de respeto por la maternidad, la feminización de la pobreza, y el desagrado eugenésico de la sociedad por la imperfección y la vulnerabilidad de los minusválidos.

Este momento de la historia señala el tiempo de una gran oportunidad política y cultural. Mientras los medios de comunicación habituales persisten en confundir al público sobre sus propias opiniones acerca del aborto, las encuestas muestran que la marea está cambiando. Entre el 75 y el 80% de los estadounidenses está en desacuerdo con las razones que subyacen en el 95% de los abortos. Sólo un 20% de los estadounidenses cree que el statu quo debe mantenerse, que el aborto debe permitirse en cualquier momento durante el embarazo y por cualquier razón.

Las mujeres pueden aceptar el reto de un embarazo no buscado o incluso anormal, si tienen el apoyo emocional, financiero y profesional que necesitan. Dar a luz a un niño no buscado conllevará un sacrificio personal. No puede negarse. Pero las mujeres que han abortado, y las que meramente han vivido durante esta larga era del aborto, han sacrificado mucho más.

Publicado en www.catholiceducation.org

Traducido por Guillermo Elizalde