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Ante las trampas del enemigo

Ante las trampas del enemigo


1.- LOS ENEMIGOS DE JESÚS

Según los documentos de que disponemos, los motivos del conflicto podrían resumirse en cuatro capítulos: la crítica de la autoridad de la ley, el desplazamiento del centro de gravedad de la religión, la decepción provocada por la negativa ante las representaciones mesiánicas, la intrusión en la organización social.


El motivo más aparente, ya que ofrece el material más abundante a los debates y a los teólogos profesionales de Israel, es la relativización de la ley.


La libertad con que Jesús propuso su enseñanza y realizó su propia existencia provocó un cambio en su relación con la institución encargada de ve lar por la observancia de la ley y construida por otra parte por esa misma ley. La autoridad de la ley era indiscutible, aunque no todos la respetaban de la misma manera. La ley provenía de Moisés, o al menos la autoridad de Moisés garantizaba su validez. Se la podía comentar, concretar, adaptar a una situación inédita, pero su estructura era intangible: hacía visible la voluntad de Dios y proponía el único camino que llevaba hasta él. Dios, al establecer su alianza con el pueblo judío, le había impuesto esta ley como signo de sus buenos deseos y como testimonio de su fidelidad. Y he aquí que Jesús, independientemente de la le y sin justificar el origen de su actitud, desplaza el centro de gravedad de la vida judía. La ley ya no es ese centro. Inmediatamente pierde valor, también la institución organizada para su defensa y su permanencia. El camino de Dios es distinto del que ellos han trazado, y las maldiciones que profiere contra ellos son el mejor testimonio de la profundidad de es tá ruptura (Lc. 11, 39-53).


Al relativizar la ley. Jesús desplaza también el centro de gravedad de la religión: su predicación encierra en germen todo lo que más tarde sacará a flote la comunidad primitiva, la llamada de Dios que se dirige al hombre, a todos los hombres. Jesús alaba la fe del centurión y la de la cananea. Ese desplazamiento va unido a la transformación de la ley o del culto. Dios puede sacar de las piedras del camino hijos de Abraham; son muchas las parábolas que insisten en la entrada masiva de los paganos en el reino y en la exclusión de los hijos de Israel. Sería una equivocación no ver en estas formulaciones más que simples amenazas o profecías. En el estilo paradójico de la lengua aramea. Jesús indica que la alianza no debe considerarse como un privilegio nacional: no es ni en Jerusalén ni en el monte Garizín de Samaría donde Dios quiere ser honrado, sino en el espíritu y en la verdad. Y en ese caso la institución vuelve a recibir un nuevo golpe: la libertad que Jesús demuestra ante la ley y el culto indica que él no predica solamente una conversión aceptable dentro de los límites del judaísmo, sino que introduce un principio que va a modificar la forma con que el judaísmo había organizado las relaciones con Dios.


Entonces, o Jesús es un enviado de Dios y ¿cómo podría estar Dios en contradicción con la ley de Moisés?, o es un blasfemo, ya que prescindiendo de la autoridad de Moisés y de la alianza vuelve a trazar otro camino que lleve hasta Dios. De este modo, la autoridad y la libertad de Jesús, tal como aparecen en una enseñanza que reinterpreta la alianza y la institución que hasta entonces la había organizado, conducen a una pregunta radical sobre el sentido de su acción: ¿es un hombre de Dios o un blasfemo? No son razones mezquinas las que han impulsado a los jefes a oponerse a Jesús, se han dado cuenta de que en su actitud estaba en juego la suerte misma del judaísmo, tai como ellos lo concebían.

A este conflicto con los jefes se añade otro conflicto con el pueblo. En realidad, si hacemos caso a Lucas, el pueblo era favorable a Jesús. No obstante, las exigencias populares tan cercanas a las de muchos de los jefes religiosos, obligaron a Jesús a que los dejara decepcionados. El anuncio de la inminencia del Reino de Dios por aquel hombre que gozaba de una autoridad sin igual despertó en el pueblo ansias de liberación. Jesús era aquel hijo de David que los llevaría a la victoria sobre el usurpador romano y que establecería de nuevo a Israel en su esplendor: la tentación de Jesús fue aquella voluntad de liberación política del pueblo, condición y símbolo de la venida del Reino de Dios. Surge entonces el malentendido; Jesús no entra por aquellas ideas. Jesús no se pone al frente de la resistencia armada; no realiza ningún prodigio para hacerse con el poder político; Jesús les ha decepcionado.


Aquella repulsa de las representaciones políticas de Israel causó mal efecto sobre los responsables (jamás había sido condenado nadie por haber querido liberar a Israel); así quedaba subrayada la extrañeza de aquellas pretensiones de Jesús por volver a definir la religión. Aquella repulsa del mesianismo lo separaba de la comunidad de Israel, puesto que no compartía sus esperanzas.

Sin embargo, había que encontrar una ocasión o un motivo para condonarlo. Parece ser que se lo proporcionó el episodio de los mercaderes echados del templo (Lc. 19, 45-48). Jesús no cedía a la presión popular que veía en él al Mesías. No es imposible, sin embargo, que la expulsión de los mercaderes del templo hubiera sido juzgada por los más activos entre los resistentes, los celotes, como un acto que sirviera de preludio a una llamada a la sublevación. Los celotes eran no solamente nacionalistas fanáticos, sino puritanos religiosos; seguramente consideraban escandaloso el tráfico comercial que tenía lugar en el templo. Esta posible coalición entre los celotes y Jesús asusto a los jefes. Por eso se decidieron a apresurar las cosas. Por lo demás, aquella condenación que Jesús había hecho de los intereses económicos no contribuyó a mejorar la opinión que los jefes tenían de él. Las cosas se iban poniendo demasiado feas: pasar por encima de la ley, correr el peligro de suscitar una sublevación popular no preparada y por consiguiente destinada al fracaso, y poner en peligro una fuente de ingresos seguros sin señalar con qué sustituirla. Jesús era un soñador peligroso, capaz de llevar al pueblo a los mayores excesos. Así, pues, una noche lo apresaron, le hicieron un proceso rápido, y así evitaron un movimiento de masas en su favor. Por otra parte, como él no hizo nada por oponerse a sus enemigos, se derrumbó la confianza que muchos tenían en su vocación de libertador político, a las órdenes de Dios. Así es como se abrió el proceso.