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¿Adivinar el futuro?

La astrología y el deseo de adivinar el futuro siguen de moda hoy como hace muchos siglos. Hechiceros, brujos, adivinos y expertos en horóscopos quieren descubrir y revelar el futuro, lo que va a pasar.

Quizá nos pueda ayudar, para colocar en su sitio una moda que inquieta a muchos, recordar algunas críticas que “los antiguos” hicieron contra la presunción de saber qué va a ocurrir mañana, pasado mañana o en un mes, críticas que valen a pesar del paso de los años.

Un autor de los primeros siglos de nuestra era recordaba que los hechos futuros pueden ser de tres tipos: o determinados, o casuales, o libres. Los determinados dependen de leyes necesarias y fijas de la naturaleza, y en cuanto “determinados” ocurrirán de un modo estable, constante, a no ser que pase algo extraordinario.

Los eclipses de sol o de luna, las tormentas solares, o el movimiento de las placas de la tierra siguen unas leyes inmutables. Para estudiar fenómenos de este tipo no sirve para nada el leer las “cartas”: hay que dedicarse a fondo a las ciencias naturales... Si queremos que un terremoto no destruya nuestra casa lo que importa es la arquitectura y un buen sistema de previsiones sísmicas, no mirar si los que son de Sagitario “mañana pueden sufrir grandes contratiempos”...

Los acontecimientos casuales, por su parte, se explican desde la conexión imprevista de fenómenos necesarios o de decisiones libres. Si yo como un plato con mucho picante, aumenta mi sed. Si en mi casa no hay agua, tengo que salir al pozo para tomarla. Si en ese momento cae un rayo y me cambia de lado la línea divisoria de mi pelo... Esto es algo “casual”, debido en parte a mi libertad (el tomar picante en exceso), y en parte a las leyes físicas (los rayos provocados por las combinaciones físicas entre el aire y las cargas eléctricas).

Además, lo más propio de la casualidad es que no se puede prever: no tiene sentido “adivinarlo”... Por lo mismo, en vez de preguntar a un brujo si hoy puedo salir de casa, lo mejor será mirar el cielo, consultar el parte meteorológico (si es que logra ser preciso), y tener cuidado con los condimentos que tengo en la cocina. Luego, si el rayo cae, “por casualidad”, dentro de mi casa, es otro cantar...

Los actos libres dependen de nosotros, de lo que decidimos y escogemos después de un momento breve o largo de reflexión. ¿Me pongo este traje o el otro? ¿Salgo al trabajo a las 6.30 de la mañana o media hora antes para evitar el tráfico? ¿Pongo más sal a la comida o menos? ¿El padre le dice al hijo que estudie más o se calla para evitar una nueva discusión en familia?

Por desgracia, es aquí donde más se recurre a los horóscopos y a los adivinos, pues todos querríamos tomar la decisión justa, esa que evitaría un accidente (“si hubiese salido antes...”), o un fracaso familiar (“si hubiese hecho caso a mi padre...”), o un dolor de estómago (“no pensé que comer tanto pescado me iba a sentar mal”...).

Sin embargo, precisamente los actos libres, por depender exclusivamente de nosotros, no pueden ser determinados por un hechicero, pues, de lo contrario, no dependerían de mí, no serían libres. No tomaré pescado porque lo dicen las estrellas, sino porque decido hacerlo o no hacerlo. El “destino” no ha determinado en nada mi libertad: soy yo el que escojo, aunque luego acuse a un brujo por haberme dicho esto o lo otro. Soy yo el responsable de haberle hecho caso al adivino...

Por eso siempre es bueno recordar dos verdades fundamentales, tan sencillas que parece extraño que nos olvidemos de ellas. La primera: por más vueltas que demos para reflexionar y acertar a la hora de escoger lo que vamos a hacer, no vamos a tener casi nunca todos los elementos de juicio en nuestro poder. Siempre hay cosas que no comprendemos bien, o que no es posible prever, aunque recurramos a una sesión espiritística (con el riesgo, además, de encontrarse en esa sesión con hechos diabólicos).

La segunda: incluso una decisión tomada después de un buen rato de reflexión y estudio, después de haber tenido en cuenta muchos elementos y circunstancias, después de haber consultado a expertos y personas muy maduras, no puede escapar a lo imprevisible de la vida, porque no podemos dominar lo que los otros deciden ni tampoco están bajo nuestro poder muchos fenómenos naturales que no acabamos de conocer a fondo.

Es muy fácil culpar a la “mala suerte” o a las estrellas de que precisamente en este cruce haya chocado con un señor borracho, pero así no somos ni justos ni honestos. La verdad es que choqué porque salí de casa a las 6.00 de la mañana y porque el otro conductor se tomó, en ayunas, un vaso de cerveza. Las estrellas, pobrecitas, no tienen ninguna culpa...

Estas líneas no quieren ser una declaración de guerra contra los expertos en horóscopos ni contra tantos lectores de la mano que han escogido, por necesidad o por gusto, la vocación de “adivinos”. En un mundo democrático y libre cada quien puede hacer lo que quiera, mientras no dañe ni engañe a los demás. Pero convendría preguntarnos si no hay engaños entre algunos adivinos, y si no nos estamos perjudicando a nosotros mismos cuando buscamos controlar lo que no puede ser encerrado en una jaula: el futuro.

Es mejor seguir el trabajo sencillo y callado de tantos miles de científicos que, con paciencia infinita, quieren comprender un poco más cómo funcionan los volcanes o cómo vencer epidemias como la malaria o el SIDA. Es mejor levantarse con una buena dosis de optimismo y aceptar lo que la casualidad nos pueda ofrecer a lo largo del día. Es mejor pensar bien lo que vamos a hacer, aunque a veces alguna consecuencia de nuestra decisión al final se haya escapado completamente a nuestras previsiones.

Además, ¿no sería hora de decir, con franqueza, que el dinero que millones de personas dejan en las mesas de adivinación podría ser mucho más útil si se invirtiese para abrir pozos de agua en África, para curar a enfermos en Asia o para dar, en la propia ciudad, ayuda a las familias de esos niños, a veces flacos y cansados, que nos “venden”, todas las mañanas, unos chicles en las esquinas o en las gasolineras?

Desde luego, existe Dios. Y Dios puede separar el agua del Mar Rojo, resucitar a un muerto o multiplicar los panes contra todas las previsiones de los ministros de agricultura. Pero Dios también es libre. Sus decisiones no están sometidas a ningún horóscopo. Es bueno esperar que nos pueda ayudar (y sabemos que nos quiere ayudar), pero es justo hacer todo lo que está por nuestra parte para que el mundo vaya un poco mejor.

Lo demás, Dios sabe por qué ocurre todo, ocurrirá según las leyes de la física, de la química, de la casualidad y de la libertad. Con perdón de todos los adivinos de la Tierra.